Rafael Troya es el pintor del paisaje. En una época, a
finales del siglo XIX, donde el ideal del romanticismo -también presente en una
disputa entre la civilización y la barbarie, que arreciaría en tensas disputas durante
todo el siguiente siglo- está en boga. Es pintor ibarreño, es un hijo de su
tiempo, una especie de demiurgo.
Si por un lado -siguiendo la estética de lo sublime, de
lo bello, de lo pintoresco- realizaría cerca de 160 pinturas, por pedido del
naturalista alemán Adolph Stübel, quien incluso le ‘sugería’ temáticas- tenemos
a un Troya enmarcado en el retrato, pero también de ‘fundar’, por primera vez,
una mirada idealizada de los orígenes de su tierra. Como por ejemplo, el lienzo
de la Fundación de Ibarra, donde aparecen los ‘fundadores’ de 1606 con una
vestimenta de estilo napoleónico. Siguiendo la tradición ‘trágica’ de ese
movimiento, también se encuentra el lienzo sobre el Terremoto de Ibarra que, a
diferencia del primero, no fue adquirido por el Cabildo porque, según reza en
actas de 1907, era demasiado pronto y el dolor aún no había menguado.
Troya, por suerte, ha sido estudiado en el país y quien
más ha propuesto esas visiones ha sido precisamente su nieta, Alexandra Kennedy
Troya, en su libro Rafael Troya, el pintor de los Andes ecuatorianos, donde
realiza un viaje pormenorizado. Ahora, una nueva publicación sale a la luz:
Rafael Troya: estética y pintura de paisaje, de Xavier Puig Peñalosa, publicado
por la Universidad Técnica Particular de Loja, quien alienta estas
investigaciones con sus pares de España.
Lo propio ha realizado la Municipalidad de Ibarra con una
amplia sala en el Centro Cultural El Cuartel, donde existe una síntesis de este
maestro, con cuadros esenciales como la urbe pintada a inicios del XX, algunos
de sus paisajes y, obviamente, las figuras históricas.
El libro de Puig, en su primera parte, realiza un
análisis pormenorizado de la idea de lo sublime, tomando como referencia los
trabajos de Joseph Addison, el tema de la imaginación o un énfasis en lo
sublime, a la luz de Edmund Burke, para desarrollar el romanticismo alemán, sin
olvidarse de los orígenes aristotélicos del arte y ‘lo bello’.
En la segunda parte, porque es fundamental en el
análisis, inicia con una contextualización de la presidencia de Gabriel García
Moreno que, curiosamente, trajo jesuitas alemanes para fundar la Politécnica
Nacional, pero a su vez construyó el panóptico (ese vigilar y castigar) e igual
realizaba excursiones en su afición por la vulcanología. Esa es la época en que
vivió Troya.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/troya-el-pintor-del-paisaje
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