“Madre, yo al oro me
humillo, / Él es mi amante y mi amado, / Pues de puro enamorado /
Anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo / Hace todo cuanto
quiero, / Poderoso caballero / Es don Dinero”. Con esta frase don
Francisco de Quevedo y Villegas, allá por el año del Señor -como se decía hace
más de 400 años- inicia su famoso verso.
Otra parte dice: “Es tanta
su majestad, / Aunque son sus duelos hartos, / Que aun con estar
hecho cuartos / No pierde su calidad. / Pero pues da
autoridad / Al gañán y al jornalero, / Poderoso caballero /
Es don Dinero”. Este hijo de hidalgos nació cojo, con ambos pies deformes y una
miopía que, incluso, lo dio cierta fama por esos extraños lentes llamados
precisamente ‘quevedos’. De familia de abolengo fue el secretario de la hermana
del rey Felipe II, María de Austria.
Pero para entender este
poema hay que rastrear -no he leído en ninguna parte esto- la poesía del
Arcipreste de Hita, en el poema ‘Lo que puede el dinero’: “Hace mucho el
dinero, mucho se le ha de amar; / al torpe hace discreto y hombre de respetar;
/ hace correr al cojo y al mudo le hace hablar; / el que no tiene manos bien lo
quiere tomar”.
Juan Ruiz, que así se
llamaba, nació en Madrid en 1281, así que debieron de pasar sus buenos tres
siglos para que la poesía de Quevedo retomara estos asuntos. Cosa curiosa, los
dos estuvieron presos por culpa de sus versos. El satírico clérigo Ruiz era
rebelde para su época: “Y si tienes dinero tendrás consolación, / placeres y
alegrías y del Papa ración, / comprarás Paraíso, ganarás la salvación; / donde
hay mucho dinero hay mucha bendición”.
Por su parte, Quevedo nos
legó también ‘Es amarga la verdad’: “¿Quién hace al ciego galán / y prudente al
sin consejo? / ¿Quién al avariento viejo / le sirve de río Jordán? / ¿Quién
hace de piedras pan, / sin ser el Dios verdadero? / El dinero”.
Esto viene a cuento porque
uno de los hombres más ricos del planeta acaba de morir a sus 101 años. Se
trataba de David Rockefeller, cuya fortuna ascendía a 3.300 millones de
dólares. Un banquero que se doctoró en economía en la Universidad de Chicago,
aunque también estudió en Harvard. Amante de viajar a Marruecos, era filántropo
y dueño del Chase Manhattan Bank. En su colección de arte tenía obras de
Picasso, Monet, Matisse y Rothko. A lo largo de su vida donó 150 millones de
dólares al Museo de Arte Moderno (el famoso MOMA), además de la universidad con
su apellido y el edificio de las extintas Torres Gemelas.
Se puede leer: “Los
presidentes Jimmy Carter, demócrata, y Richard Nixon, republicano, le tantearon
para el cargo de secretario del Tesoro, que declinó. Los Rockefeller se guiaban
por el principio de que había que devolver a la sociedad todo lo que les había
dado”. Su abuelo John dijo: “Si tu única meta es ser rico, nunca lo conseguirás”.
Uno de los Rockefeller, Nelson, en su visita a Quito en 1942, compró varios
cuadros al joven Oswaldo Guayasamín, que tenía 23 años. Eran banqueros amantes
del arte aunque, en este caso, no precisaran de Quevedo. Ya lo decía Mahatma
Gandhi: “El capital no es un mal en sí mismo. El mal radica en su mal uso”. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/poderoso-caballero-es-don-dinero
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