Así
como -qué duda cabe- hay una iglesia para los ricos, las hay para los pobres.
Esto a propósito de la reciente visita de Frei Betto (fraile en portugués) a la
tumba de monseñor Leonidas Proaño, en Pucahuiaco (Quebrada Roja), en San
Antonio de Ibarra. Asistí a ese acto litúrgico, primero porque era en homenaje
al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, asesinado por defender los derechos
de su pueblo en contra de los sanguinarios de su país de aquella época.
No
soy de los que acuden a misa, pero era una suerte de memoria también al
recientemente fallecido cura de a pie, Patricio Cabezas, que era un duro
crítico de esa otra Iglesia que más recuerda los entretelones de El nombre de
la rosa, de Umberto Eco. Además, Frei Betto había escrito hace décadas el libro
Fidel y la religión, que leíamos unos universitarios más seguidores del barbudo
Marx.
Al
momento del abrazo entre estos cristianos, Betto -a cada uno- decía una frase:
“Paz en la lucha”. Quizá eso sea la clave para entender el compromiso que estos
leales con ese Jesús que expulsaba mercaderes, pero que también salvaba
Magdalenas, tienen en su trajinar por este ancho mundo. Porque hay que decirlo,
los seguidores de oscuras legiones con poderes en el Vaticano nunca se han
preocupado por la justicia social. La historia, en esto, es amplia y los santos
milagreros funcionaban desde la colonia.
Sus
palabras acaso nos sirvan para entender mejor la geopolítica regional,
precisamente porque llaman a la autocrítica. Habla de Brasil, pero podría ser
Ecuador. “Los últimos 13 años fueron mejores para 45 millones de brasileños
que, beneficiados por los programas sociales, salieron de la miseria; para quien
recibe el salario mínimo, revisado anualmente por encima del nivel de la
inflación; para quienes tuvieron acceso a la universidad… A pesar de todo nos
equivocamos. El golpe fue posible también debido a nuestros errores. En 13 años
no promovimos la alfabetización política de la población. No tratamos de
organizar las bases populares. No valoramos los medios de comunicación que
apoyaban al Gobierno ni tuvimos iniciativas eficaces para democratizar los
medios. No adoptamos una política económica orientada hacia el mercado interno.
En
los momentos de dificultad llamamos a los incendiarios para apagar el fuego, o
sea a los economistas neoliberales, que piensan con la cabeza de los pudientes.
No realizamos ninguna reforma estructural, como la agraria, la fiscal y la
previsional. Ahora somos víctimas de la omisión en cuanto a la reforma
política… Fuimos contaminados por la derecha. Aceptamos la adulación de sus
empresarios; usufructuamos sus regalías; hicimos del poder un trampolín para el
ascenso social”.
Quedan,
también en esta línea, los poemas de Ernesto Cardenal: “Escucha mis palabras,
oh Señor / Oye mis gemidos… / Sus radios mentirosos rugen toda la noche… Al que
no cree en la mentira de sus anuncios comerciales / ni en sus campañas
publicitarias, ni en sus campañas políticas / tú lo bendices / lo rodeas con tu
amor / como con tanques blindados”. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/la-autocritica-desde-frei-betto
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