El próximo 28 de septiembre Ibarra cumplirá 410 años de
fundación. Fue levantada en la antigua heredad de los caranquis, el señorío
étnico que floreció de 1250 a 1550 y que fue casi exterminado durante la
invasión incásica en la laguna de Yahuarcocha (antes tenía el nombre de
Caranqui cocha, según Espinoza Soriano).
Como parte de su historia está el relato de su fundador.
Porque largo fue el camino recorrido por el capitán Cristóbal de Troya -al año
siguiente de levantar la villa- buscando el mar por Esmeraldas, motivo de la
nueva Villa de Ibarra. Al mando de 20 arcabuceros llega hasta el añorado mar y
escribe en su diario:
“Al anochecer nos juntamos todos los compañeros, pusimos
las balsas y canoas en tierra. Aquella noche estuvieron más de 340 indios en
tierra. Nos parecía que harían amistad. A ellos, por medio de un
intérprete que llevaba, les ordené que ninguno echara ni canoa ni balsa en el
puerto, porque al que no cumpliere lo mataríamos con un arcabuz. Al efecto, se
pusieron guardias. Los indios, con todo cuidado, cumplieron la orden (...). Por
la mañana de aquel día me quedé en la playa, a la ribera del mar...”.
Pero esta vía -soñada por las élites quiteñas que desean
exportar sus productos- tiene más obstáculos que las selvas tropicales.
Guayaquil, con su puerto, y Callao, se oponen tenazmente para defender sus
intereses mercantiles. Rocío Rueda Navas devela una realidad:
“Los ricos españoles y encomenderos asentados en las que
ahora son las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, se habían
dedicado, principalmente, a la creación de obrajes dedicados a la producción de
textiles de buena calidad como bayetas, jergas, frazadas y paños que se vendían
muy bien en el exterior. Ellos vieron en la apertura del camino, que incluyera
un puerto, “… la posibilidad de incrementar sus beneficios”, pues los obrajes
se encontraban localizados “en el eje económico longitudinal, en el circuito
hacia Nueva Granada, por Quito, Pasto Popayán, Santa Fe, Cartagena”.
Nada pueden hacer, sucesivamente, los presidentes Ibarra,
Morga, Lizarazu, De Alcedo y hasta Carondelet, a inicios del siglo XIX, contra
la voluntad de los Virreyes de Lima y el monopolio de Guayaquil, con el
argumento de que abrir una vía de Ibarra a Esmeraldas habría de afectar el
comercio con Panamá, Centroamérica, e incluso México. No encontraron mejor
aliado que el virrey, Francisco de Borja y Aragón, quien imaginaba que por la
senda entrarían los piratas y hasta se tomarían las costas. Sí, corsarios como
Francis Drake, que asolaron los farallones del Guayas, según los comentarios e
intrigas de los comerciantes porteños, apoyados por el Cabildo de Guayaquil.
Y no solamente Borja, gentil hombre de la Cámara del rey
Felipe III, tenía esta opinión. Su juicio contagió al presidente Montúfar y al
virrey Eslaba, quienes creían que “lo inculto y poco traficable de los caminos
de esta América es su mayor resguardo”. Ibarra tuvo que esperar 400 años para
encontrar el mar y, obviamente, aún no tiene un buen puerto. Ni hablar del eje
San Lorenzo-Ibarra-Manaos-Belén do Pará. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/ibarra-400-anos-de-espera-por-el-mar
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