“Me tocó la misión del
relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y
tornar a perderme en el vacío”, dijo casi al término de su vida Simón Bolívar.
Fue el compadre de Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis –aquel de Maqroll el
Gaviero, de sus tribulaciones- quien le proporcionó el argumento del libro El
general en su laberinto, con un encanto de naufragio y cuchillada.
Allí, mientras navega en su
último viaje por el río Magdalena, el Libertador, el huérfano más rico de
Venezuela y que estuvo en la entronización de Napoleón Bonaparte junto a
Alexander von Humboldt, rememora sus periplos por estas tierras ingratas. “He
arado en el mar y sembrado en el viento”.
No se puede entender a Bolívar
sin sus maestros, Andrés Bello y Simón Rodríguez. Tampoco a sus predecesores,
Francisco de Miranda, separado de la causa. Peor, después de todo, a sus
sucesores quienes se repartieron estas patrias recién paridas a dentelladas.
Aquellos que mataron a Antonio José de Sucre, como se lee en ese libro de
tambores que es El Mariscal que vivió de prisa, de Mauricio Vargas Linares.
Cuando escribí el ensayo sobre
la Batalla de Ibarra, del 17 de julio de 1823, me pregunté dónde estaba el
héroe en los días previos. Gracias al libro Bolívar, de Indalecio Liévano
Aguirre, lo encontré reponiéndose en una hamaca en la hacienda El Garzal,
cercana a Babahoyo, mientras se preguntaba si la rancia aristocracia limeña,
liderada por el monarquista José de Canterac, podría revivir al Virreinato
agónico.
Otros frentes eran más
importantes que la reunión con José de San Martín, en Guayaquil, este
propugnando el orden tradicional y el otro un cambio social. La lejana
Maracaibo estaba a punto de caer. Y además, se encontraban los recios pastusos
-más realistas que el propio rey- quienes habían caído bajo el influjo del
púlpito, tal es la palabra, y ya habían vencido en Pasto al entonces coronel
Juan José Flores. Un hombre los lideraba: Agustín Agualongo, que llevaba una
década en guerra y estuvo en la Batalla del Pichincha. ¿Qué había pasado en
Pasto? 13 años de púlpito feroz. En otras palabras, los curas que defendían sus
privilegios causaron su efecto entre las buenas gentes.
En este contexto ocurre la
Batalla de Ibarra, donde el Libertador dirigió personalmente la estrategia. Y
esto porque perder la plaza de Pasto significaba, como escribió Bolívar a
Santander, prolongar la guerra hasta el infinito, tomando en consideración
todos los frentes abiertos. “Yo pienso defender este país con las uñas”,
sentenció.
Pero Bolívar también pensó en
la Patria Grande. En Ibarra, por los 194 años de la gesta que es también una
algarabía de actos, estará la Orquesta Juvenil de Pasto. Además, el pequeño
libro del ensayo, que se presentará mañana, tiene el texto generoso del
historiador colombiano Antonio Cacua Prada. Al cabo, las fronteras nunca
debieron crearse entre nosotros, porque son “cicatrices de la historia”. Ya lo
saben desde siempre los poderosos oscuros: divide y triunfarás. Por eso,
siempre le negaremos a Bolívar su frase que alude al mar.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/he-arado-en-el-mar
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