Nuestros antepasados empezaron a
leer la inmensa cartografía de las estrellas antes de escribir en la arena.
Desde todos los confines, subidos en montes y atalayas, los antiguos
astrónomos, quienes también eran magos, descubrieron la ruta de las constelaciones
y calcularon, con sorprendente exactitud, el calendario de los solsticios y
equinoccios.
Estas destrezas se tradujeron a
la hora de la siembra y la cosecha, cuando, después de ser nómadas, pasaron a
aprovechar la agricultura. Una época importante fue el solsticio de junio -a
Imbabura, por estar en el hemisferio norte, le corresponde el solsticio de
verano- donde el agradecimiento a la Madre Tierra por los dones recibidos aún
pervive en una fiesta que, aunque tiene muchos nombres, posee un símbolo: la
fecundidad.
Esta celebración solar no es
exclusiva de los incas, como parecen creer quienes alientan esas reminiscencias
olvidando que los caranquis, señorío étnico que construyó más de 5.000 tolas
desde el Valle del Chota a Guayllabamba, poblaron estas tierras del 1250 al
1500 de NE, antes de las sucesivas invasiones de los cuzqueños y españoles, en
el siglo XVI. De allí que el término Inti Raymi, por lo demás declarado
patrimonio en Perú, acaso no sea el mejor nombre para estas festividades que,
para Imbabura, implican las deidades del tutelar monte Imbabura, dador de agua,
así como cascadas, vertientes, ríos y árboles.
Obviamente, una fiesta no es
estática y con la llegada de los nuevos dioses católicos, estos se incorporaron
incluso con sus propios santos. Los así llamados sanjuanes han enriquecido con
sus particularidades, presentes en las niñas que cantan loas subidas a caballos
con cintas de colores y estrellas de oropel. La fiesta del Solsticio, además,
es un ritual donde se evidencia la transformación de estas sociedades
microrregionales no exentas de principios de reciprocidad y redistribución,
donde los priostes se confunden con los aya humas.
Sin embargo, en lo profundo del
Jatun Puncha, como también se llama, sobrevive uno de los elementos que
modificaron la historia de la humanidad: el fuego. No es descabellado dar un
nombre: Nina Raymi, Fiesta del Fuego, después de todo, aún las hogueras se
encienden, entre el olor de la pólvora de los castillos mientras los danzantes
suben y bajan colinas. Para volver a los orígenes no hay que olvidar que los
antiquísimos pueblos encendían hogueras interminables para pedir al Sol que no
se alejara del firmamento y, como todos los años, volviera para que germine la
vida, en el eterno ciclo que va de las cenizas, con la quema de los rastrojos,
a la semilla que, para el caso de los caranquis, era y sigue siendo el maíz.
Otro punto vital es
el significado de la fiesta, que implica no solamente personajes, gastronomía,
danza o música, sino profundas relaciones de un pueblo, donde se readaptan los
elementos simbólicos y rituales, en debate contra un mundo que pretende
homogeneizar y banalizar la cultura vía mass media. Por suerte, los
sanjuanes siempre bajan por las colinas.
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