Quito tiene múltiples caras: la espalda de
la Virgen del Panecillo; el olor de las colaciones; un indio que levanta un
atrio y se disputa con el diablo; el temor del volcán; las sinuosas calles; los
zaguanes sin pasado y una modernidad inconclusa; las tertulias y los
desencuentros; la ciudad cosmopolita y la beata que se persigna… Quito, la
ciudad eterna, como la pensara fray Agustín Moreno, acaso inspirado en aquel
fraile de Flandes que quiso otra urbe, acaba de recibir un nuevo premio como
“Destino Líder de Sudamérica” en los World Travel Award (WTA).
Sin embargo, hay que decirlo, los propios
quiteños –aquellos que han nacido o viven- no entienden su centro histórico,
motivo para el mentado reconocimiento. Es preciso que sus habitantes recorran
estos lugares de historia y que no miren únicamente la arquitectura sino la
ciudad viva.
Es por sus calles por donde transita
también su memoria. Ahora, evocaré dos, como la calle Venezuela: De plata
fueron hechas las lunas menguantes para los pies de las Vírgenes de madera. Los
devotos iban a la calle de la Platería para pedir favores a sus santos a cambio
de joyas o indulgencias que solicitaban los conquistadores cuando se hacían
viejos, como perdón de sus pecados. Estos hombres de antiguas corazas acaso
querían olvidar sus sangrientas masacres contra los indígenas.
Iban a las capellanías a pagar misas para
toda la eternidad porque sabían que las imágenes de madera eran benévolas con
las almas atormentadas.
En 1613, el Alguacil Mayor de Quito, Don
Diego Sánchez de la Carrera, había llegado de allende el mar para decidir sobre
la vida de los quiteños. Acaso, quisieron halagarlo y la calle se llamó De la
Carrera.
En la misma calzada Antonio José de Sucre,
patriota venezolano, construyó su casa con indicaciones que llegaban en cartas
escritas en el fragor de las batallas de Independencia. Unas balas de la
infamia lo asesinaron en Berruecos, pero nadie olvida que de Venezuela también
llegó el ejército libertario de llaneros.
La otra es la calle Rocafuerte: Desde la
Mama Cuchara se divisan las cúpulas de tejuelos verdes de Santo Domingo. Desde
allí hasta la plaza hay 37 pequeñas tiendas: sitio de encuentro de los vecinos.
En las noches, los niños de la calle Rocafuerte juegan canicas.
La calle trae la memoria del guayaquileño
Vicente Rocafuerte, uno de los fundadores de la Patria. Es considerado el más
ilustre ecuatoriano del siglo XIX por sus obras de reforma del naciente país.
Este republicano creía en un gobierno productivo que no descuidara la
educación.
Arriba de esta
vía, al pasar el arco de Santo Domingo, otra ciudad parece vivir un tiempo
paralelo porque atrás ha quedado el sentido del barrio. Es preciso atravesar la
arquería para sentir esa transformación del pujante comercio. A la altura de la
calle García Moreno la calle respira incienso que emerge de los bazares de
trajes de oropel de niños dioses que viven una perpetua Natividad.
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