En uno de sus vertiginosos ensayos,
Sofismas sobre la cultura popular, en ‘El escritor y sus fantasmas’, Ernesto
Sábato se preguntaba acerca de la cultura popular, en un mundo “envenenado por
el folletín de la historieta y la fotonovela”, dictadas desde las centrales
electrónicas. Se refería, obviamente, a la cultura de masas, a esa banalización
de la cultura que esbozaron hace algunas décadas los filósofos posmodernos.
Sugería que los antiguos pueblos tenían un
sentido profundo y verdadero del amor y la muerte, de la piedad y del heroísmo,
y que esas manifestaciones se expresaron en sus mitologías o en su música. Es
decir, en los hechos esenciales de la existencia: al nacimiento y la muerte, a
la salida y puesta del Sol, a las cosechas y al comienzo de la adolescencia, al
sexo y al sueño.
Esto se explica porque la función social
de la música precisamente se manifiesta en los calendarios festivos y en los
rituales, pero cómo podía expresarse un pueblo que estaba atravesado por una
religiosidad y un proceso colonial que lo llevó a suplantar a sus antiguos
dioses hasta que llegó el proceso independentista, que inauguró la construcción
de un país en ciernes. Esa es la primera interrogante que nos acerca al pasillo
ecuatoriano.
Si por un lado está la música emparentada
con los antiguos rituales, para mencionar el mundo andino, se encontraba una
música que, como en las cortes europeas, era una imposición del poder. Había
que esperar la llegada de los aires independentistas y más tarde la revolución
alfarista para que también la música adquiriera otras características. Está,
además, el ‘nacionalismo musical’ o, entrado el siglo, las migraciones.
En lo referente a la afirmación nacional
del pasillo, se señalan dos hitos importantes, por un lado el desarrollo de la
industria fonográfica y su difusión a través de las emisoras de radio, y en
segundo término la reactivación nacionalista, luego del conflicto bélico con
Perú, en 1941.
Una clave de esa primera difusión hay que
encontrarla en la radio, donde se crearon audiencias para el pasillo y su
difusión continental. Sin embargo, hay que decirlo también, las músicas de
Argentina y México tuvieron en la cinematografía una amplia difusión y Ecuador
no logró proyectar a su género emblemático por no contar con propuestas en este
sentido.
No hay que
olvidar que, por ejemplo, una de las mejores intérpretes del pasillo, Carlota
Jaramillo, apenas pudo grabar un especial para televisión poco antes de su
muerte, justo en los canales tradicionales que apuestan por la frivolidad. Ese
es el reto: los nuevos cineastas deberían grabar a los nuevos talentos y
mostrar en canales alternativos de difusión planetaria, tipo YouTube. Hay
muchos artistas, como Juan Mullo, Quimera, Juan Fernando Velasco, Paco Godoy o
Carlos Grijalva o María Tejada y Daniel Mancero, quienes vuelven más
contemporáneo al pasillo en su fusión con el jazz. Nadie puede defender solo
una estética. Lo otro, la declaratoria de Patrimonio: https://www.youtube.com/watch?v=6HxBfwb9h80 (O)
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