lunes, 26 de agosto de 2013

Petróleo versus pájaros

En el imaginario ecuatoriano, la Amazonía -a finales del siglo XIX- era un conjunto de árboles emergiendo del Paraíso eternizados en los lienzos de Rafael Troya. Con el romanticismo, que trajo a los viajeros, la noción de nación, además de las pinturas de paisajes, se construyó también desde la literatura: “Cumandá”, de Juan León Mera, era la encarnación del ideal de unión entre civilización y barbarie. Algo curioso, el libro “Atala”, escrito con anterioridad por el Vizconde de Chateaubriand, tiene una similitud a la obra del ambateño, pero en esa época era algo usual en los argumentos de las recientes novelas de América.
Antes del boom del petróleo, el Oriente, como aún lo llamamos, era el sitio de los colonos y los aucas, como eran llamados despectivamente los shuarEsa disputa entre los dos mundos también ocurría en otros lares, como Argentina, con obras como “Facundo”, de Domingo Faustino Sarmiento, la disputa entre la naturaleza y el hombre; o el “Martín Fierro”, de José Hernández, donde al final el gaucho pierde ante el embate de la urbe. La Amazonía, desde el inicio de la hispanidad, también fue un lugar de aventuras, que “el valiente gran Orellana”, como nos enseñaban en la escuela, se enfrentaba a las indómitas amazonas que lo dejaron tuerto. Después vendría el libro “Argonautas de la selva”, de Leopoldo Benites Vinueza.
Como se sabe, dichas mujeres aguerridas parecían salidas de las sagas griegas de Homero y así quedaron hasta que Steve Jobs se apropió del nombre más fácil que comprar el Washington Post. La otra aventura que cobijó nuestra selva fue la emprendida por parte de los geodésicos o más bien por Isabel Grandmaison de Godín, quien siguió a uno de ellos a la sazón su esposo y, tras 20 años de separación, pudieron al fin abrazarse, como refiere Robert Whitaker en su libro “The Mapmaker’s Wife”.
Existe también el viaje realizado por Alexander von Humboldt y su amigo Carlos Montúfar, hijo del Marqués de Selva Alegre, Juan Pío Montúfar, este último más monárquico que su vástago, quien terminó fusilado en Buga. Antes del boom del petróleo, el Oriente, como aún lo llamamos, era el sitio de los colonos y los aucas, como eran llamados despectivamente los shuar. Después fue la tragedia de la pérdida del territorio en la guerra del 41 a manos de los vecinos peruanos (otro imaginario que se construyó y que pronto mostrará la otra cara en el largometraje “Mono con gallinas”, de Alfredo León).
Aún falta la impresionante mitología de los pueblos originarios, que referiré la próxima semana, ahora que el tema del Yasuní suele verse como una disputa de petróleo versus pájaros, una mirada que nos recuerda al ideal romántico del siglo XIX y sus relucientes coches de madera o del cristal con que se mire.

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