Sin
previo aviso, Macondo había contraído la enfermedad del insomnio. “En
ese estado de alucinada lucidez no solo veían las imágenes de sus
propios sueños, sino que los unos veían las imágenes soñadas por los
otros”, se lee en el segundo capítulo de “Cien años de soledad”, de
Gabriel García Márquez. Pero aunque al inicio todos estuvieron
contentos, fue Aureliano quien se percató de que el insomnio traía el
olvido, así que comenzó a colocar cartelitos para que la gente recordara
las cosas.
En
la alegoría están quienes -alucinados y en vértigo- han encontrado los
réditos del conflicto, desde el narcotráfico hasta “Sin tetas no hay
paraíso” y por otro los desmemoriados de una guerra fratricida que ya
dura un siglo y medio, envueltos en una religiosidad apocalíptica que
arrastró hacia la soledad a los Buendía: “El primero de la estirpe está
amarrado a un árbol y al último se lo están comiendo las hormigas”.
Imagino
a José Arcadio Buendía, al pie de su castaño, cuando únicamente hablaba
de gallos y peleas con el muerto Prudencio Aguilar: “Poco después,
cuando el carpintero le tomaba las medidas para el ataúd, vieron a
través de la ventana que estaba cayendo una llovizna de minúsculas
flores amarillas. Cayeron toda la noche sobre el pueblo en una tormenta
silenciosa, y cubrieron los techos y atascaron las puertas, y sofocaron a
los animales que durmieron a la intemperie. Tantas flores cayeron del
cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y
tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para
que pudiera pasar el entierro”.
Pero la Colombia actual, a diferencia del idílico Macondo sin un muerto, no espera la llegada de los gitanos ni está enfrentada a una estirpe signada por la soledad, peor a los malos augurios de las flores amarillas de Mauricio Babilonia. Y eso porque el trauma de la guerra en el país hermano, sin duda, tardará décadas en cicatrizar hasta el día en que nadie recuerde al primero que disparó. Pero la amnesia es la peor estrategia para un pueblo (eso bien lo saben los países del Cono Sur que aún reclaman a sus desaparecidos, víctimas de los dictadores y sus secuaces).
La historia de Colombia nos habla de muertes fratricidas que iniciaron a mediados del XIX en la larga disputa entre liberales y conservadores, como evoca en sus pergaminos Melquíades: “Todas las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Ahora los discos piratas de la vida de Pablo Escobar andan por las calles, donde al fin los niños empiezan a soñar en una paz que no han conocido nunca.
Pero la Colombia actual, a diferencia del idílico Macondo sin un muerto, no espera la llegada de los gitanos ni está enfrentada a una estirpe signada por la soledad, peor a los malos augurios de las flores amarillas de Mauricio Babilonia. Y eso porque el trauma de la guerra en el país hermano, sin duda, tardará décadas en cicatrizar hasta el día en que nadie recuerde al primero que disparó. Pero la amnesia es la peor estrategia para un pueblo (eso bien lo saben los países del Cono Sur que aún reclaman a sus desaparecidos, víctimas de los dictadores y sus secuaces).
La historia de Colombia nos habla de muertes fratricidas que iniciaron a mediados del XIX en la larga disputa entre liberales y conservadores, como evoca en sus pergaminos Melquíades: “Todas las cosas tienen vida propia, todo es cuestión de despertarles el ánima”. Ahora los discos piratas de la vida de Pablo Escobar andan por las calles, donde al fin los niños empiezan a soñar en una paz que no han conocido nunca.
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