Al
hombre que cabalga largamente por tierras selváticas le acomete el
deseo de una ciudad, nos dice Ítalo Calvino. Quito, a varias jornadas de
montañas y de quebradas, se levanta con sus cúpulas níveas y campanas,
donde el viajero puede encontrar aún personajes que llevan talegos de
palabras.
“Las
ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de
un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de
historia de la economía, pero estos trueques no lo son solo de
mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”,
comenta el autor de “Ciudades Invisibles”.
Esto parece ser el caso del reciente libro
“Tertulias de la Memoria”, editado por Susana Freire García, de Quito Eterno (www.quitoeterno.org),
donde la historia mítica de la urbe nos devela por qué el Centro
Histórico no es únicamente sus fastuosos edificios sino sus personajes.
Es
una larga disputa entre la idea de una historia oficial llena de
caballos de batalla, insignia de generales y poder, como creía
Tucídides, a esa otra historia de lo cotidiano, evocada por Heródoto.
Por eso los temas propuestos son Leyendas y tradiciones, Personajes y
oficios populares, Del
Quito del Centro al Distrito Metropolitano y Barrios y parroquias,
producto de las tertulias que se organizaron del 20 de agosto al 10 de
septiembre, del año pasado, en lugares emblemáticos como la capilla del
Museo de la Ciudad, donde el relato del mítico Cantuña parecía aún
desbordarse más allá del atrio de San Francisco.
El
jueves pasado fue la presentación del libro que lleva como epígrafe un
texto de Jorge Carrera Andrade: “Quito tiene mucho que recordar y por
eso parece pensativa y absorta aun en las horas del día”. Es
que lo peor que le puede suceder a una ciudad -como a un pueblo- es
vivir en la amnesia, no saber de dónde viene ni a dónde va, algo común
en nuestras ciudades postradas ante las nuevas catedrales del neón y del
vértigo, llamadas centros comerciales.
Esta
obra es parte de un proyecto iniciado hace diez años, donde un grupo de
jóvenes amantes de este Quito eterno, como el nombre de ese memorable
libro de Fray Agustín Moreno, se empeñó, por medio de rutas de leyendas y
de personajes populares, devolverle un sentido a esta
urbe que tiene una virgen alada en El Panecillo, antigua geografía
sagrada prehispánica.
Si
como lo hace el Municipio de Quito con su apoyo, cada ciudad, cada
pequeño pueblo del país contara con tan entusiastas jóvenes, no
tendríamos que preocuparnos demasiado por el tema de la identidad. Es
que cuando andan las palabras no anda el olvido.
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