Julio
Jaramillo Laurido inició su vida musical en la mítica Lagartera de
Guayaquil, donde los músicos populares ofrecen sus melodías. El primer
pasillo que grabó, junto a Rosalino Quintero, fue “Mi corazón”, aunque
el tema “Fatalidad” lo lanzó a la fama. Cantaba en los cines, antes de
las funciones, y no se imaginó estar en la película “Mala mujer”.
El
llamado “Ruiseñor de América” nació el 1 de octubre de 1935. Debido a
la trascendencia de su vida artística se decretó el Día del Pasillo
Ecuatoriano. ¿Cómo definir al pasillo? Este género que nació del
intercambio melódico en la época de las gestas independentistas, con las
obvias influencias europeas, encontró una metáfora liberadora durante
el alfarismo. Más tarde se hizo urbano, se volvió pasillo-canción con
poemas modernistas, pero también cantó a la migración y a los amores
náufragos. Ahora anda vestido de jazz o se lo puede hallar, a
medianoche, desgarrando a la Luna.
El
pasillo es, en definitiva, el regreso de uno mismo con lo que el pecho o
el corazón aguante, lo define Wilma Granda en su obra “El pasillo:
identidad sonora”, lamentablemente agotada. Precisamente de donde
venimos, quiénes somos, qué cantamos hacen parte de nuestra identidad.
Acaso lo que hace diferente a nuestro pasillo es su poética y, desde
hace cien años, la intrincada estructura melódica, merced a sus inicios
académicos.
Sin
embargo, como siempre, han sido los pasillos nacidos de las entrañas
del pueblo los que siguen tarareándose, generación tras generación.
También los pasillos de influencia literaria como “El alma en los
labios”, de Medardo Ángel Silva, con música de Francisco Paredes
Herrera, son parte de la memoria: Cuando de nuestro amor, la llama
apasionada / dentro tu pecho amante, contemples extinguida / ya que solo
por ti la vida me es amada / el día en que me faltes, me arrancaré la
vida.
Hay
pasillos para todos los gustos, como el casi olvidado “Disección”, con
letra de Julio Esaú Delgado y música de Víctor M. Valencia Nieto: Me
rompieron el cráneo a golpes lentos, / y vieron los doctores admirados, /
que al morir mis postreros pensamientos / a ella sola estuvieron
consagrados. De mis preferidos están “Honda pena” o “Invernal”, pero nos
estamos olvidando de “Mr. Juramento”. Tras su muerte, clamó el poeta
Fernando Artieda en clave de Jota Jota: Van buscando la calle
estrangulada / que sienten medio enferma / como traspapelada entre las
sombras / como sonámbula / como si fuera otra y no esta Guayaquil / la
ciudad viuda y guáchara / que había perdido al mismo tiempo / su hijo / y
su
machuchín.
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