Todos
los cholos / comemos con cuchara / arroz con huevo frito / y viendo
televisión, canta Hugo Idrovo, mientras un internauta añade: viendo el
Chavo del 8 en una laptop. Aunque el tema es
una ironía, lo cholo no es otra forma que restregarnos nuestro pasado
prehispánico, pero como una forma de complejo al revés desde lo “blanco”
y civilizado.
De
hecho, la herencia indígena vive el cotidiano. “Darás pasando”, es un
gerundio común en el habla popular de los ecuatorianos, que sorprende
gratamente en el extranjero. Tiene su explicación: los ecuatorianismos
son, en su mayoría, préstamos léxicos del quichua (que en la nueva forma
se escribe también kichwa). Palabras como cancha, huaca, ñaño,
arrarray, atatay,
achachay, guagua, humita, pupo, tambo, carishina, ñusta, sara y hasta
longo (joven, en quichua) son el legado de nuestros ancestros que se
vierte en el habla común de nuestra llacta o tierra.
Claro,
nosotros no prestamos atención a estos asuntos. Un día, en un taller de
periodismo, alguien se acercó con una preocupación. Estaba traduciendo
ecuatorianismos al inglés y tenía una dificultad, cómo quedaría en el
lenguaje de Shakespeare: ¿Y vos, en qué bus te vas, ve? O el simpático:
Vecina, no será malita, dará cuidando a la
guagua.
Ni
qué hablar de los morlaquismos: chendo, por mentira o gara por chévere.
Además del lenguaje de los montubios, como bien anota Fanny Carrión de
Fierro al analizar la obra de José de la Cuadra, donde encuentran varias
formas de nombrar al diablo: el Patica, el Colorado o simplemente el
Malo (el Maligno, dicen aún en el convento de claustro de Riobamba).
En
la zona norte, en el Carchi, hay una palabra: bámbaro, que es utilizado
como cobarde. Viene de la época colonial, cuando los esclavistas de las
haciendas de caña cercenaban los testículos a los esclavos, traídos de
África, que trataban de huir. Las palabras configuran mundos. Por
ejemplo, la memoria externa o flash memory ya tiene su par en quichua:
chupa-chupa, porque extrae información y después la deposita. En
Tungurahua, al inicio de la dolarización, una vendedora indígena, al
preguntarle cuánto valía una fruta, contestó: shuk gringo cushqui, es
decir un dólar, sin olvidar a USA.
Música
chicha o música chola es lo más suave que dicen de Delfín Quishpe y el
fenómeno es peor en el Perú, una sociedad que aún no olvida su pasado
Virreinal, como las empleadas domésticas con uniforme bien planchado en
Bogotá, alistándose para preparar el ajiaco. Cosas de mi tierra, diría
el indio Mariano, otro estereotipo.
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