Artículo de Aníbal Fernando Bonilla F.
Desde
el relicario de las palabras, la poesía
reaparece altiva, derribando muros y edificando atardeceres
contemplativos. En su contenido se refleja la paradoja del hombre que
fluctúa entre la telaraña del pasado y la bruma del futuro, y su
interrelación con la naturaleza circundante.
La
poesía es la transgresión de los sentidos que confluye en el regocijo
de signos literarios situados en el blanco papel de las ilusiones. En
sus adentros se esgrimen metafóricos mensajes del corazón y su agonía.
Juan
Carlos Morales Mejía, con tono telúrico, se refugia en las bondades de
la paisajística local en sus textos recogidos en “Isadora en Imbabura”,
con el sello editorial de la Casa de la Cultura Benjamín Carrión,
Núcleo de Imbabura (Colección “José Ignacio Burbano”); arco iris en
donde resplandecen nuestros montes tutelares, tolas de míticos
guerreros, lagos azulados, telares ancestrales de Peguche, tejidos
multicolores, entonación de violines en el Inti Raymi, dorados maizales,
campanarios de antiguos conventos, religiosidad inserta en el alma de
los pecadores, cadencia de ritmos
marginados provenientes de la banda mocha del Valle del Chota, ardores
veraniegos, el embrujo shamánico, la promesa inconclusa del mar, la
memoria colectiva con sentimiento de imbabureñidad. “… Todo está
trastocado para la gente de piel de vasija./ La mazamorra es un buen
ungüento para apuntalar los tapiales./ El taita
Imbabura descose su niebla en la madrugada./ Se sienta a contemplar cómo retozan las nubes sobre su penacho…”.
Es una mirada descriptiva del suelo bendito, en cuyo contenido prepondera un discurso poético con fuerte composición pretérita y fusión identitaria. Es la invocación a los cuatro componentes de la vida: agua, tierra, fuego y aire. Es la danza fulgurante que advierte la hermosura de una patria extasiada de nostalgia. Es la semilla rítmica de Isadora Duncan.
Es una mirada descriptiva del suelo bendito, en cuyo contenido prepondera un discurso poético con fuerte composición pretérita y fusión identitaria. Es la invocación a los cuatro componentes de la vida: agua, tierra, fuego y aire. Es la danza fulgurante que advierte la hermosura de una patria extasiada de nostalgia. Es la semilla rítmica de Isadora Duncan.
Juan
Carlos se cobija con el encanto ecuatorial y con el legado de la urbe
amada: Ibarra, a través de la recurrente referencia mitológica y la
ferviente pasión que emana de las letras. En términos del poeta: “Por
Ecuador: tierra de cóndores y alacranes./ Por las
llagas y una veta de luz en los ojos./ Por las cartas que destruye una
mujer en Laussane./ Por los ojos de una muchacha mirando una obra de
teatro./ Por el canto de Silvio en busca de un unicornio azul./ Por todo
esto sigo vivo”.
Al
fin, poesía que encanta y decanta; filigranas iluminadas por soles de
junio, versos que se agitan en las aguas caudalosas de nuestra abundante
geografía y que se quedan tatuados en los confines de la condición
humana.
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