El 2012/06/27 a las 19h00, Centro Cultural Benjamín Carrión, Quito, se presenta el
libro Urbegrafías.
Juan Carlos Morales Mejía ha sido escogido entre los 12
escritores de Ecuador para este proyecto.
Asistentes al evento
Quito: Patrimonio de la soledad
Juan Carlos Morales Mejía
(texto escogido para Urbegrafías)
La pared
tiene la piel corrugada. Posee la textura del blanco mediterráneo. Es un tanto
ósea. Como un lienzo que espera frente al mar. Podrían entrar el Guernica de
Pablo Picasso. El lienzo-pared parece llamar. Está mirándolo. El muchacho
solitario prepara su aerosol, como una pistola de pétalos. Lo desenfunda. Lo
agita. Quiere descoyuntar a la noche.
En la
distancia las luces de neón se filtran por la niebla que asciende desde
Guápulo. La urbe duerme su sueño de vieja, pero con una llama instalada en su
vientre. Mateo sabe eso. Intuye que es posible encender a la ciudad por medio
de la palabra. Y tiene un argumento: lo contestatario. Para eso cuenta con
menos de un minuto. Pero su mensaje ya está pensado con anterioridad. Mateo
regresa a mirar. A lo lejos los neumáticos de un auto crujen sobre el asfalto.
El chorro de
pintura sale, en su primer momento, con una bufanda. Hace frío en la noche
quiteña. ¿La ciudad es un sentimiento? Se pregunta Mateo mientras aplica la
segunda letra. Y en ese instante recuerda a Silvio Rodríguez: Cómo gasto
papeles recordándote... Hace una aproximación: Cómo gasto paredes
recordándote.
Mateo no lo
sabe, pero otros graffiteros han salido a poner sus huellas en la geografía de
la urbe. Como un tatuaje en un mapa inconcluso, por sus desérticas avenidas,
por sus callejones de olores derruidos. Saben que la urbe es otra por la noche.
Parece que transmuta su personalidad. Deja su máscara y sus enaguas gastadas.
Se muestra sórdida y espléndida. Escriben: Quitemoloquitodeencima. La
capital fue declarada como Patrimonio de la Humanidad, en medio de campanarios.
Los graffiteros tienen otra lectura: Quito: Patrimonio de la soledad.
Pero además:
Ciudad, pobre sirena/no caeré en tu océano. Pero es precisamente ese
asfalto impersonal el que empuja a escribir: Ciudad amansadora: déjanos en
paz o Quito: un panteón entre montañas.
Y está
también las huidas a otros continentes, allende el mar: Ciudad: entre el
charco y la despedida. Esas fugas nunca pueden perpetuarse por Quito se ha
convertido también en una suerte de ternura: La ciudad es un sentimiento, no
necesita alcalde. Por eso, entre el frío que se cuela hasta en el aerosol
es posible encontrar: Quito: ¿un manicomio?/¿un asilo? Hablan los
graffitis.
Después
llegan los ritos: Pared sin nombre te bautizamos: María, ahora solo falta la
primera comunión. En esta memoria frágil también se puede encontrar: La
ciudad se estrecha en tus avenidas. Dos cuadras más arriba, Mateo escribe
otra vez: La ciudad se derrumba y yo pintando.
Serenata a Quito, con luna
Juan Carlos Morales Mejía
La luna
iluminaba al Panecillo, aún sin virgen alada. Por las callejas de Quito se
sucedían las serenatas que incluían, como en una ocasión, un piano noctámbulo
al que le habían colocado ruedas. Llegó el músico a su casa. Aída Carrera, que
era la reina de Quito en 1946, había pedido: ¿Cuándo una canción para mí?
Fue esa
noche que el riobambeño Jorge Salas Mancheno se inspiró: Eres la dueña de
mis amores / mujer quiteña, linda mujer / de esta gran tierra de tradiciones /
donde mi vida terminaré…
-En verdad,
así fue creado el pasacalle, dijo el Sordo Piedra.
-¡No puede
ser! ¿Esa es la historia de Balcón Quiteño? Inquirió el Terrible
Martínez.
-Esa sí que
es buena y después se casaron, alcanzó a balbucear el Trompudo Miranda.
Después
recordaron la creación del Chulla quiteño…
Alfredo
Carpio Flores andaba de maestro una tarde de septiembre de 1946 por Patate,
Tungurahua, y escribió la partitura. Después, Luis Alberto Valencia puso la
letra: La Loma Grande y La Guaragua / Son todos barrios tan
queridos / De mi gran ciudad, / El Panecillo, La Plaza Grande
/ Ponen el sello inconfundible de su / Majestad…
Levantando
el sombrero arriscado – con las alas vueltas hacia arriba- el Trompudo
Miranda recordó al Potolo Valencia: Panecillo de mi recuerdo, ¡ayayay!...
El Terrible
Martínez nombró a César Baquero: Mi Quito tiene un sol grande / y las noches
estrelladas.
-Qué
dijiste, bromeó el Sordo Piedra.
En esas
circunstancias estaban los chullas quiteños cuando al fin llegó Anita Bermeo,
la Torera, y se unió a la plática. Habló sin tapujos:
-A ver
cholitos, lo mejor que se ha escrito es el pasillo Quito Glorioso, de
Carlos Dousdebés: Bajo el azul oscuro de su celaje / el sol resplandeciente de
sus mañanas…
Caía la
noche. Todos se dirigieron hasta La Ronda, en medio del tarareo del Sordo Piedra
del tema Quiteña, de Juan Pablo Muñoz Sanz: Quiteña es la nostalgia /
que oprime mi alma.
La carta de
invitación no tenía remitente, únicamente una dirección cerca del arco de la
calle Morales. A lo lejos se escuchó el pasodoble Quito, de Luis Cisneros
Noriega: Te llaman gitana / porque en tu garbo hay salero, / te dicen divina
/ por tu carita de cielo.
Los cuatro
personajes entraron por un zaguán. Anita Bermeo empujó la puerta. Allí estaban,
cada uno de los músicos y letristas de las canciones cantadas bebiendo la
espumosa cerveza de San Francisco. Nadie regresó a mirar. Desde el fondo –como
si el Cristo agónico estuviera a punto de llegar- el Padre Almeida tronó
pícaro: ¡Cierren la puerta, que entra el sereno!
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