Y
el mundo a carcajadas se burla del poeta / y
le apellida loco, demente soñador, / ¡Y por el mundo vaga cantando
solitario, / sin sueños en la mente, sin goces en el alma, / llorando
entre el recuerdo de su perdido amor!... Nos decía el poeta Rubén Darío,
cuando llevó -literalmente- el castellano de América a España, con esa
gran renovación que fue el modernismo.
¿Quién
es el poeta?, le preguntaron a la hija del escritor mexicano José Ángel
Leiva. ¡Es un tipo que viaja!, fue la respuesta. Eso lo cuenta en la
sobremesa del 4º Encuentro Internacional de Poetas Paralelo
Cero, que concluye hoy en Atacames (www.poesiaenparalelocero.com) .
Todos reímos porque, enseguida, el poeta argentino Jorge Boccanera
inicia las anécdotas. Un día llegó, intempestivamente, un equipo de la
televisión holandesa a entrevistar a Juan Carlos Onetti. Lo encontraron
en pijama y en la cama y tal como era: sin algunos dientes y con un vaso
de whisky. Tapándose la boca replicó: la dentadura la presté a Vargas
Llosa.
Es
que la poesía no se vende, porque no se vende (en alusión a que nadie
compra libros de poesía), dice
otro poeta, en este círculo extraño que aún confía en la palabra
mientras los banqueros han salido a caminar por los barrios. Cría
palabras y te sacarán los ojos, decía Euler Granda. Y en este tema
Octavio Paz exclamaba: Dales la vuelta / cógelas del rabo / (chillen
putas) / azótalas… Porque hay que ir contracorriente para armar un
encuentro de poetas. Eso lo sabe Xavier Oquendo y es su mérito.
Si
he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo, al
agua, / si he perdido la voz en la maleza, / me queda la
palabra, nos recordaba Blas de Otero. En México podrá haber poesía,
pero no poetas, sigue Leiva, entre risas, parafraseando la famosa frase
de Bécquer: Podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía. Nuevamente
regresamos a la tertulia. Hablamos de las peleas intestinas entre
Borges y Lorca, cuando este último llegó a Buenos Aires. Nos sigue
faltando Adoum, dice alguien.
Quedamos
conmovidos ante la palabra del italiano Emilio Coco, quien estuvo
semanas ante el lecho de muerte de su hermano. Dedica su poema al hombre
que
resucitó a Lázaro: … luego de una noche insomne en el hospital /
gracias desde el alma por la compañía / gracias por no atemorizarla… Y
allí, de pronto, la voz poderosa de Antonio Preciado, como si sonaran
tambores y atabales de la tierra de los leones. Yo, al fin poeta de
provincia, les aviento Isadora en Imbabura, y un micropoema a esas
beldades de Ecuador: Venus de Valdivia / alguien entrelaza / la fina
cabellera…
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