El
solsticio es cuando el Sol alcanza su mayor o menor altura aparente en
el cielo (en sur (-23º 27’) con respecto al ecuador terrestre). La
palabra viene del latín solstitium (sol sistere o sol quieto) y la
existencia de los solsticios está provocada por la inclinación del eje
de la Tierra sobre el plano de su órbita. El solsticio, en nuestro
hemisferio, se produce entre el 21 y 22 de junio de cada año y entonces
la longitud del día y la latitud del Sol son mínimas, dependiendo si son
solsticios de invierno o de verano, que también ocurren el 21 o 22 de
diciembre.
Los
equinoccios, en cambio, suceden el 20 o 21 de marzo y el 22 o 23 de
septiembre de cada año, épocas en que los dos polos de la Tierra se
encuentran a igual distancia del Sol, cayendo la luz solar por igual en
ambos hemisferios. Se sabe que muchas culturas encendías fogatas bajo la
creencia de que así calentaban al Sol. De hecho, en muchos lugares
continúan con los ritos del fuego, que es parte de la quema de los
rastrojos para volver a sembrar, como en nuestro caso el maíz.
En
el mundo precolombino, los cultos solares y lunares fueron parte
importante de los ciclos agrarios, pero en nuestra región también se
incluyó a los montes tutelares, como el Taita Imbabura, dador de agua, y
por eso las lagunas, cascadas, vertientes y árboles pasaron a ser
consideradas deidades. Ese culto aún sobrevive pero, obviamente, ha sido
enriquecido por otras culturas que en su momento fueron adversas.
“La
fiesta del solsticio de junio tiene orígenes antiquísimos, antes de la
breve presencia incásica y la
posterior colonización española. El culto al Sol no fue exclusivo de
los cuzqueños, que se demuestra en la cultura de la Tolita y sus
máscaras solares. El otro elemento es que el agua se configura en
sagrado, como las vertientes conocidas como pugyu cuna, a las que se
ofrenda con frutas y claveles rojos; las cascadas o pacchas son
poseedoras de poderes sobrenaturales, a la que acuden los líderes
conocidos como aya huma cunas”, dice en su investigación Carlos Coba
Andrade.
Por
su parte, Luis Enrique Cachiguango refiere: “La tarde
del 28 de junio (vísperas de San Pedro), aproximadamente desde las
16:00, en todas las casas quemamos y hacemos humo para que el San Juan
Aya (la fuerza espiritual de la fiesta de San Juan) retorne a la
normalidad y vuelva el equilibrio sobre la Tierra. Con el fuego y el
humo purificamos la casa. Tenemos que alejar a todas las cosas malas que
nos haya ocurrido en el año y disponernos para otro año más de crianza
de la chacra”.
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