Amarrado
con una soga azul, corbata y sombrero de paja toquilla, Don Burro -como
así lo llaman sus seguidores- es el hazmerreír porque pretendían
inscribirlo como candidato. “Por lo menos sabemos que él solo va a
rebuznar a la Asamblea y no solo va a alzar la mano para dar el voto”,
explicó Daniel Molina, quien lo promociona en las redes sociales.
Pensé
en qué diría sobre el asunto Fernando Vallejo, ese sí defensor de los
animales y autor de “La puta de Babilonia”, quien cuando recibió el
homenaje en
Guadalajara nombró al burro, uno de los personajes clave en el pesebre
de Belén. Ni hablar del asno de Sancho Panza.
Un
poco más relajado, consulté el inicio de esa obra magistral de Juan
Ramón Jiménez, escrita en 1917: “Platero es pequeño, peludo, suave; tan
blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.
Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos
de cristal negro... Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mí con un
trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal”…
Recordé
el poema de Walt Whitman: “Creo
que podría vivir con los animales / son tan secretos y tan plácidos /
me detengo y me demoro mirándolos… / Ni uno solo anda en esa locura de
tener cosas/ Ni uno solo es más decente o más desdichado, en toda la faz
de la Tierra”. En este punto, me dije que no valdría la pena escribir a
la Sociedad Protectora de Animales porque -a fin de cuentas- quién se
iba a preocupar por un burro arrastrado por las populosas calles.
Como
acabo de publicar un libro titulado “Animalanzas” –adivinanzas en torno
a los animales, donde se incluye a un borrico- creo tener cierto
conocimiento de estos menesteres y por eso miro no el hecho político de
mofa sino las cuitas que debe estar pasando el jumento. Eso me recuerda a
ese extraordinario libro “El asno de oro”, de Apuleyo,
escrito en el siglo II de nuestra era, donde detalla las aventuras del
joven Lucio que tras su búsqueda de la magia es transformado en burro y,
desde esos ojos, puede hacer una crítica en tono picaresco de la
sociedad de su época.
Esa
misma estructura, ese mismo detonante, pero esta vez en el personaje de
Ximen Nao, un terrateniente que es llevado al inframundo donde lo
condenan a reencarnarse en un burro, es utilizada por el reciente Nobel
de Literatura Mo Yan en su novela “La vida y la muerte me están
desgastando”, una hilarante historia que deberían leer los seguidores de
Don Burro. Porque esta es la pregunta en cuestión: ¿con qué ojos mirará
el borrico a quienes pretendían conducirlo a una curul? Don Burro tiene
la
palabra.
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