¿De
qué le sirve a alguien tener dinero a bordo del Titanic? Esa puede ser
la pregunta clave cuando se habla del capitalismo. El ensayista Noam
Chomsky señala la profunda contradicción que encierra el concepto de
democracia capitalista. Dice que es un concepto que abarca dos opuestos:
la democracia reivindica la igualdad, pero el capitalismo genera
desigualdad.
El
ejemplo más gráfico hay que mirarlo precisamente de quienes defienden
el capitalismo, como lo que suministra Samuel Huntington: “El problema
para estabilizar la democracia es lograr que la demanda social sea lo
más baja posible, es decir que la población participe lo menos posible
de la
vida democrática, así estas demandas no interfieren con la necesaria
eficiencia empresarial”.
Los
chamanes de la globalización -como Milton Friedman, Francis Fukuyama y
Peter Drucker- recomiendan un traje de talle único para todos: mismo
modelo, misma confección y misma tela. En general, estos economistas son
o han sido altos empleados de las grandes corporaciones multinacionales
(en nuestro país no fue casual que los ex ministros de Finanzas, de la
llamada partidocracia, terminaran en el Banco Mundial).
Pero
el propio capitalismo genera sus contradicciones. Multimillonarios
impiadosos, como
George Soros o James Goldsmith, ya están alertando sobre los peligros
que esto trae. Soros asegura que “la globalización está generando una
inestabilidad que podría destruir la revolución del mercado”. Y lo que
es más sorprendente aún: “El capitalismo es la peor amenaza para
Occidente. La magia del mercado abrió la puerta del vale todo”.
Eisuke
Sakikabara, ex ministro de Finanzas de Japón, recomendó a los países
del sudeste asiático -incluidos China y Vietnam- no seguir el modelo
norteamericano. En las naciones donde se aplica, alertó, aparecen
inmediatamente tres rasgos característicos: mayor brecha en la
distribución del ingreso, inmediata adoración del dinero y vulgarización
de la cultura. Chomsky dice: “La cultura del presente es la mirada
más pobre que ha existido sobre el hombre en toda la tradición
occidental desde los griegos hasta hoy”.
El
magnate inglés James Goldsmith es más gráfico al referirse a los
optimistas apóstoles del mercado, a los cultores del aquí y ahora, a los
creyentes del eterno presente: “Los que se proclaman vencedores, dice,
son como ganadores de una partida de póker... a bordo del Titanic”. Esto
a propósito que los camuflados banqueros, con sombrero de Montecristi,
han salido por las calles del barrio. ¿Quién era el que también tenía la
metáfora del Titanic, hasta que nos hundió?
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