Corrían
los tiempos de los reyes y del oro. Reyes desposados entre primos que eran más
feos que los cuadros de Goya. Reyes que, años más tarde, seguían siendo primos,
en Inglaterra, Rusia y Alemania, cuando cimentaron sus imperios. Podría decirse
que la Primera Guerra Mundial fue, y no es literal, una disputa familiar.
Uno
de esos reyes era de España. Tenía la intención de que el príncipe fuera más
brillante que Alonso X de Castilla, quien propició a los Traductores de Toledo
-intelectuales latinos, hebreos e islámicos- allá por el siglo XIII. Porque
también hay reyes inteligentes, ¡pardiez!
Pero
era inicios del siglo XX y uno de estos reyes estaba empeñado en educar a su
vástago. Eligió lo mejor: la Universidad de Salamanca. Estaba de rector Miguel
de Unamuno, hijo de un confitero. El príncipe tenía poco talento, por decir lo
menos. Unamuno lo recibió y en un mes lo envío de regreso con una carta de una
sola frase: Lo que natura no da, Salamanca no presta (la frase latina es Quod
natura non dat, Salmantica non præstat). Es tan prestigioso este centro del
saber, creado en 1218, que a lo largo de los siglos ha tenido alumnos como Fray
Luis de León, Fernando de Rojas, San Juan de la Cruz, Antonio Nebrija, Mateo
Alemán, Luis de Góngora, Calderón de la Barca y también al descarriado Hernán
Cortés.
Aunque
la anécdota de Unamuno puede ser apócrifa, me contaba mi padre como una manera
de explicarme de que no necesariamente, con todo el oro del mundo, se puede
acceder al saber. Pero en este artículo no desperdiciaré en quienes insultan a
la formación académica y se arrodillan ante Mammón. Prefiero hablar del
conocimiento, es decir de Alvin Toffler, quien murió la semana pasada y nos
dejó -desde su visión de futurólogo y defensor de su sistema- las claves para
entender esta época.
En el
libro El shock del futuro explica que existen tres tipos de sociedades:
agrarias, industriales y del conocimiento. La nuestra, exportadora de materias
primas como banano y cacao (donde sus élites analfabetas y acomplejadas nunca
hicieron un patacón de exportación ni pusieron fábricas de chocolate), sigue
siendo esencialmente agraria, pero también apuesta por el conocimiento, donde
la única posibilidad es la educación de calidad y libre acceso.
En La
revolución de la riqueza podemos leer más detenidamente esa tríada: “Mientras
el sistema de la primera ola se basaba principalmente en hacer crecer cosas y
el segundo, en fabricar cosas, el sistema de riqueza de la tercera ola se basa
más en servir, pensar, saber y experimentar”.
Francis
Bacon decía que el conocimiento es poder, a lo que Toffler apostillaba que el
conocimiento también es cambio. Algo imposible en el antiguo sistema
universitario donde se podía ser ingeniero en dos semestres y en la comodidad
de un garaje. No hay que ser ingenuos, a la universidad ecuatoriana le falta
mucho recorrido, pero nada será posible sin cambiar el chip cultural. Este país
requiere de urgencia otro software. Eloy Alfaro impulsó a 43 becarios, ahora
son 24.000. Por ahí es el camino, sin olvidar a quienes también construyen
conocimiento en el país. (O)
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