En estos
días, en el remodelado Cuartel de Ibarra se prepara la obra de teatro de la
Caja Ronca, una mitología que es parte del legado colonial y que abarca,
geográficamente, la Sierra Centro-Norte de Ecuador. Se trata de una suerte de
moraleja, en plena época de expiación de culpas, contra la codicia.
Esto porque
la Caja Ronca no es otra cosa que una procesión del Infierno. Sí, el mismísimo
diablo va en un carromato, llevando el baúl del tesoro de algún arrepentido, en
medio de cucuruchos y sonidos de flautas y tambores.
El alma del
penitente, siguiendo el mito, debe pagar sus culpas. Para la mencionada obra se
han elegido varios textos que muestran al Becerro de Oro, la antesala del avaro.
Para empezar,
y también para situarse un poco antes de la época, está la poesía Lo que puede
el dinero de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, del siglo XIV:
“Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar;
/ al torpe hace discreto, hombre de respetar, / hace correr al cojo al mudo le
hace hablar; / el que no tiene manos bien lo quiere tomar…”
Para estar a
tono, no podía faltar de Francisco de Quevedo y Villegas, nacido en 1580, sus
Letrillas satíricas:
“Quién hace
al tuerto galán / Y prudente al sin consejo? / ¿Quién al avariento
viejo / Le sirve de Río Jordán? / ¿Quién hace de piedras pan,
/ Sin ser el Dios verdadero. / El Dinero”.
Sin embargo,
del mismo autor, llega en auxilio de la puesta en escena ese prodigio que es
Poderoso Caballero es Don Dinero:
“Madre, yo al
oro me humillo, / Él es mi amante y mi amado, / Pues de puro
enamorado / Anda continuo amarillo. / Que pues doblón o
sencillo / Hace todo cuanto quiero, / Poderoso caballero / Es
don Dinero… Y pues quien le trae al lado / Es hermoso, aunque sea
fiero, / Poderoso caballero / Es don Dinero”.
Aquí un
paréntesis. Todos estos poemas, incluidos fragmentos de Coplas por la muerte de
su padre, de Jorge Manrique, han sido musicalizados por Paco Ibáñez, cantor
valenciano, quien tuvo su esplendor en su famoso concierto en París (es posible
encontrar estos temas en YouTube).
La Caja
Ronca, en la versión ibarreña, era escuchada por los abuelos en el antiguo
barrio San Felipe. Antes del terremoto de 1868, que devastó la urbe, se sabe
que estaba colocada una cruz, que no es otra cosa que el indicio de una
probable pacarina, es decir, un sitio sagrado para la cultura prehispánica.
Como se sabe,
los curas doctrineros tenían como costumbre poner los símbolos cristianos
–grutas o cruces- para disuadir a los antiguos habitantes de sus antiguos
sitios sagrados.
Como sea, la
Caja Ronca también recorría el tradicional barrio de San Juan Calle, donde se
encuentra el actual cementerio y donde el actual barrio El Carmen es el sitio
donde se expenden ataúdes y en donde existen dos amplios salones de velaciones.
Aquí una
escena literaria: “Este Señor de las Tinieblas iba recio y parecía que de sus
ojos emanaban las órdenes para sus fieles, que caminaban lentamente como
arrepintiéndose. De su mano derecha sobresalían unas uñas afiladas que se
confundían con su capa escarlata, junto con un tridente fatal. Era como si los
conjurados del Miedo anunciaran la llegada de días terribles”. (O)
No hay comentarios:
Publicar un comentario