sábado, 2 de febrero de 2013

La sangre joven de la patria


La pared es áspera. El muro es una invitación a vestirlo de colores. Este sábado, en este simple espacio, los jóvenes del colegio Eloy Alfaro, de uno de los barrios periféricos de Ibarra, pintarán un gran lienzo. Allí colocarán sus sueños y, acaso, sus frustraciones. La iniciativa es del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y su facilitador es Émerson Hidalgo, un activista cultural que ha recorrido los pueblos llevando propuestas, que en el pasado han sido incomprendidas.
En este colegio llama la atención el proyecto de hip-hop, donde los chicos y chicas -en su propio centro de computación- se maravillan de lo que puede hacer un estribillo en una consola. Quien dicta el taller es el Tribalista, un músico popular que viaja en bicicleta y tiene a Bob Marley como su ídolo. El coordinador de este proyecto del MIES, Danny Cifuentes, ha insuflado de entusiasmo a otros voluntarios, quienes también participan en la recuperación de las historias mínimas, entrevistando a algunos de los abuelos y abuelas, repartidos en los antiguamente llamados asilos, donde la memoria se escurría por el tubo del desagüe.
Nuestros mayores -la frase es de Borges- cuentan historias asombrosas, como la época que miraban las Pléyades para sembrar el maíz o cómo se realizaba el pan de leche de Caranqui, mientras la muchachada era llevada a mirar el Cuadro del Infierno, en el templo del Señor del Amor, edificado encima del antiguo Inti Huasi, donde Atahualpa solía tomar sus baños rituales.
Al mirar a estos jóvenes pienso que el país está cambiando, porque en tiempos de la partidocracia había prioridades personales que involucraban el bolsillo ajeno, por ser amable, e incluía llevarse nuestra historia en andas. Además, el tema educativo estaba anclado en el no futuro. Ya lo decía el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez: “El niño saldrá de mi casa sabiendo lo que es razón o disparate, verdad o mentira, modestia o hipocresía... y leyendo con sentido, no a gritos, ni en tono de cigarrón. Lo demás él lo hará”.
Pienso que ese país que está cambiando no necesita de antiguos banqueros que caminen por las tiendas de los barrios, peor de los enviados de Dios que no reparten su propia harina, ni qué hablar de los pastores con discursos homofóbicos o de quienes ya olvidaron sus propios errores. Por eso, el muro que este día se pinta es también la historia de un país que siempre fue excluyente, donde los jóvenes contaban los días de la desesperanza y ahora quieren dejar de ser espectadores. “Dadme una pared y cambiaré el mundo”, decía un grafiti.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario