domingo, 17 de febrero de 2013

Carta al pequeño país


Un país, un pequeño país, ombligo del mundo, atravesado de nubes y de cejas de montaña. Ese es mi país, que anda también en bicicleta. El suyo, siguiendo a Gibrán, es un ardid del zorro que combate a la hiena, una artimaña de la hiena que combate con el lobo. El mío son los valles encantados donde los campesinos, al caer la tarde, desenvuelven un talego de palabras para que salte un duende. El suyo quiere ser una mal copia de un centro comercial de Miami y por eso un grafiti proclama: “Busco socio gringo para patentar la chicha”.
Mi país son los jóvenes que tienen un sueño y donde la palabra discapacitado solo existe en la mente. El suyo, es un país carcamal y caduco que huele a orines. Su país es una reunión de alto nivel con corbata, sobre temas fraudulentos, mientras afuera un hombre de piel de ébano vende jugo de coco. Creen que es normal que esto suceda porque la vagancia, dicen, es propia de los perdedores, de los “losers”. Mi país es la tripa mishqui, el suyo es el cordón umbilical de res a la carbonada. Mi país son tortillas de papa, el suyo pollo venido de Texas.
Mi país es un colibrí, el suyo un complot en un hotel. Mi país es un migrante, desterrado por un feriado bancario, que aún pone la bandera frente al desahucio en la casa de la Duquesa de Alba, el suyo es la promesa de nuevas deudas eternas bajo la sumisión de los hombres de levita. Una orquídea de Mindo es más importante que todos sus trajes.
Su país es un exportador que se rasga las vestiduras e invoca a un dios que no conozco, mientras a un lado aparece otro que tenía a ese mismo dios en las filas del franquismo. Hay incluso uno que llama “pecado” lo que otros llamamos libertad sexual. Mi dios anda por los páramos, por las montañas, por los lagos. A veces, envía un soplo de viento para que el poncho de Taita Leonidas siga ondeando más allá de las chuquiraguas. Mi país son los niños yendo a la escuela, su país son algunos niños -cosas del libre mercado- cargando cajones.
Mi país es el bacán de “J.J.” cantando  “El alma en los labios”, el suyo es una música extranjera de moda que pronto será olvido. Y no digo que todo lo de afuera sea malo, sino que digo que me gusta más disfrazarme de aya huma antes que de Freddy Krueger.
Su país es una cita descontextualizada de Juan Montalvo y mi país es también el ethos barroco de Bolívar Echeverría, y sobre todo el poema que en este momento escribe una muchacha en algún pueblo olvidado. Como ven, ustedes tienen su país y yo el mío. Los dos iremos a las urnas, con la única desventaja que no podré mirarles a la cara, porque el anonimato también es democracia.
 

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