En
el laberíntico texto de Ítalo Calvino, “Las ciudades invisibles”, se
lee que en Despina, la ciudad del deseo, este aparece según se llega por
tierra o por mar. En Ottavia, en cambio, la angustia existencial es su
motor; mientras que en Adelma, el viajero reconoce el rostro de sus
muertos en las caras de los habitantes.
La
tesis de Calvino es que todas las ciudades, las existidas y por
existir, se pueden imaginar una vez que se conocen sus reglas
primordiales. El tiempo pierde así su primacía y se desvanece
completamente en el espacio de la conciencia. Las ciudades imaginarias
son el lugar de la experiencia simbólica, comparten el vínculo con el
absoluto de la poesía, dice
un análisis de esta novela metatextual, que nos recuerda los pasos de
“Rayuela”, de Cortázar.
En
Quito, el pasado miércoles, se presentó “Urbegrafías”, una iniciativa
del Centro Cultural Benjamín Carrión, cuya directora es Rosy Revelo, que
reunió a más de una veintena de creadores de visiones urbanas con un
propósito: dibujar uno de los mapas de la urbe. Es un ejercicio que nos
recuerda a Calvino: “Al hombre que cabalga largamente por tierras
selváticas le acomete el deseo de una ciudad”.
“Los
perros de la calle no creemos en ángeles de la guarda”, nos dice Ana
Minga, en el libro editado por Raúl Pacheco. Cristóbal Zapata declara:
“En la Plaza Foch / los ojos pican sexos, ancas, senos”; por su parte,
César Eduardo Carrión exclama: “La profusión de estas horas no cabe en
las venas fibrosas del árbol. / Hemos ido olvidando sus nombres: arupos,
chalanes y molles / ya casi no existen”.
Santiago
Páez habla de que la ciudad está hecha de nudos: “Estos nudos duran
poco: cuando la noche avanza, los transeúntes escasean, las lámparas se
apagan y las brasas se consumen”. En el libro, de pequeño formato, los
textos están acompañados de las obras de los artistas, desde sus
diversas vertientes que van desde la instalación al grabado. “Estoy
fuera, estoy desnuda / los muertos duermen a dos metros bajo tierra /
abandono el cómodo sillón y corro / huyo de mi sombra / de mi viejo
discurso / nadie me va a salvar de la ciudad”, dice Jenny Carrasco.
Por
su parte, Sonia Manzano clama: “Esta ciudad está siendo expulsada / de
sus propias entrañas / por las réplicas inexactas de sí misma / por una
versión apócrifa / de su particular leyenda… con un exceso brutal de los
automotores”. Está también una interpretación desde los grafitis:
“Ciudad pobre sirena / no caeré en tu océano” o aquel “Quito: patrimonio
de la soledad”, que apareció junto a “Quito: un panteón entre
montañas”.
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