Aún queda en la memoria cuando
existía la costumbre de curar el malaire. Eso aún es comprensible porque el
país es esencialmente agrario, ligado a una profunda tradición de los pueblos
originarios. Entonces, nada mejor que la aromática menta. Que ahora tomemos
esas mismas infusiones en brebajes de marca no significa nada. Y esto porque
aún en los mercados populares las hierbateras nos prodigan con sus saberes.
En el mundo andino la presión
alta y la presión baja se la conoce como: pasado frío (presión baja) y
calentura (presión alta). Para esto es imprescindible tener conocimiento de las
plantas medicinales, cuáles son tóxicas y cuáles no; además, es importante
tener conocimiento de cuál es la función de cada una, para saber esto es
necesario que la partera, el yachac o el curandero consuma primero y descubra
cuáles son los beneficios de cada planta. A través de los síntomas que
presentan los pacientes, cuando el hígado está mal, los labios se secan, según
Luz Cancan y Karen Pagllacho, curanderas andinas.
“Precisamente, dentro de este
modo de ver las cosas podrá ser entendida la gran importancia que la medicina
tradicional da a las entidades sobrenaturales malignas, los malos espíritus que
se manifiestan en la concurrencia a ciertas horas a ciertos lugares, pogyos
(vertientes), manantiales, quebradas, etcétera, en donde se cree que residen
las fuerzas malas que pasan a ser el elemento causal de la enfermedad”, señala
la investigación de Marcelo Naranjo, en el libro del Cidap, sobre Imbabura,
tomo V.
Un texto interesante, en este
sentido, es el abordado por Waldemar Espinoza Soriano en el libro Los cayambes
y carangues: siglos XV-XVI, el testimonio de la etnohistoria. Colección
Curiñán, Tomo I, Instituto Otavaleño de Antropología, 1988. Allí se anota:
“Casi todos sus remedios de la farmacopea, que en quechua recibe el nombre de
yuyu hampicap (yerbas para curar). Entre ellas eran muy populares la pimpinela
y el tabaco, para sanar heridas y descalabraduras. Conocían las virtudes
terapéuticas de la chilca, de la ortiga, etc.
La tierra cálida de Pimampiro
abundaba en yerbas medicinales. Para los indígenas, casi todas tenían tales propiedades.
Al purgante lo hallaban al alcance de su mano, siéndoles necesario solo conocer
la cantidad para ingerirlo según el deseo de cada cual, con el objeto de
expeler las heces. Los obtenían de unos arbolitos de hojas pequeñas, muy
blancas y suaves al tacto. A otro tipo de purga o purgante le denominaban
mosquera: arbolillo del que utilizaban la corteza de la raíz, de efectos
espectaculares. Sobre la farmacopea Carangue escribió en el siglo XVI un grueso
volumen un doctor llamado Heras, texto que, desafortunadamente, se ha perdido.
De conformidad a las
concepciones carangues, las plantas tenían y siguen teniendo sexo y
sensibilidad. Por ejemplo, existía allí el sauce macho, distinguido por su
forma puntiaguda. Al de ramas colgantes le llamaban sauce hembra. Al papayo le
decían chamburu y chilvacan, que son dos variedades. Hay un árbol llamado
carachi (Rhus juglandifolia), venenoso y urticante en exceso”. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/medicina-tradicional-andina
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