Este lunes, la renovada Fábrica
Imbabura será inaugurada como museo regional. Fue el tesón de los anteños y sus
autoridades quienes lograron un propósito: transformar las instalaciones en
ruinas en un centro cultural. No se podrá entender a este pujante cantón -el
más pequeño de la provincia de Imbabura- sin la historia de este lugar
emblemático.
Miguel Posso Yépez, en el libro
de la historia de la Fábrica textil Imbabura, refiriéndose a ese momento de
1924, dice que los presentes que acudieron a la misa campal no dimensionaron la
magnitud de la obra: “No se daban cuenta de que este acto era el comienzo de
una historia que cambiaría definitivamente el destino de la parroquia y de la
provincia”. Hay que acudir al pensador Alvin Toffler, en su libro El shock del
futuro, para apreciar esta situación. Él dice que en el mundo hay tres tipos de
sociedades, agraria, industrial y la del conocimiento, y que al pasar de una a
otra -de manera vertiginosa- se produce un cortocircuito en una comunidad.
En otras palabras, la parroquia
de Atuntaqui y sus alrededores, donde eran agricultores y arrieros, se
encontraron -casi de la noche a la mañana en términos sociales- en que una
buena parte de su población estaba instalada en la Fábrica Imbabura, con turnos
rigurosos, propios de la época industrial y el sonido de la sirena, a
diferencia de un tiempo medido por las lluvias y de mirar al Sol para ver la
hora, de la condición agraria.
Y eso también ocurrió en otros
lugares del país, a finales de la década del 30 del siglo pasado, donde se
instalaron 15 industrias, por la impronta de los cambios que ocurrían
internamente, desde la plutocracia a la Revolución Juliana, pasando por la
misión Kemmerer a la crisis del cacao, hasta los estragos de la Primera Guerra
Mundial. Con el tiempo, la fábrica que producía gabardinas, telas para
sobrecamas, sábanas, toallas, cortinas, gasas, bramantes, de alta calidad, pasó
a otros dueños, entre ellos Lorenzo Tous Febres-Cordero, quienes ya contaban
con más de un millar de obreros. Incluso, tuvo momentos trágicos, hasta que
-como si se tratara de un leviatán herido- terminó por hundirse.
El reto, de las nuevas
autoridades que se posesionan en menos de 15 días, es requerir asesoramiento
para que la fábrica sea un lugar de encuentro de lo contemporáneo. Se precisan
profesionales en gestión cultural, con experiencias como la Bienal de Cuenca o
la misma Red de Museos de Quito. La improvisación es el peor daño que le puede
ocurrir a la fábrica, porque puede terminar en un local de desfile de modas y
farándula.
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