Las antiguas sagas, evocadas de manera oral, pasaron a la escritura
como es el caso de Las mil y una noches, voces de voces, o todos los
cuentos populares recopilados por los hermanos Grimm, quienes se
apropiaron de Caperucita roja, un mito francés.
Ni qué decir de la vasta y prolija obra de J.R.R. Tolkien, en la que
aparecen elfos y dragones en la Tierra Media (no hay que olvidar que
según la poética de los vikingos el Señor de los Anillos es el rey)
hasta los hechizos de Harry Potter, ideados por la filóloga británica J.
K. Rowling. Más allá de los 15.000 millones de dólares de ganancias de
estos aprendices de brujos y más de 400 millones de copias vendidas
hasta 2007 está un hecho significativo: el mundo necesita de la magia,
para enfrentar la perpetua incertidumbre de la guerra y de la propia
condición humana.
En Reivindicación del mito, Ernesto Sábato señala: “Cuando todavía el
hombre era una integridad y no un patético montón de miembros
arrancados, la poesía y el pensamiento constituían una sola
manifestación de su espíritu… Y la primera filosofía, la primera
indagación del cosmos, aquella aurora de conocimiento que se revela en
los presocráticos, no era sino una bella manifestación de la actividad
poética”.
El mundo necesita de la magia, para enfrentar la perpetua incertidumbre de la guerra y de la propia condición humana.
Por
su parte, Malinowski afirma que la magia es humana no solo en su
encarnación, sino también en su asunto: este se refiere de modo
principal a actividades y estados humanos, a saber, la caza, la
agricultura, la pesca, el comercio, el amor, la enfermedad y la muerte.
Por eso, este autor señala: “De esta suerte, el mito no es un producto
muerto de edades pretéritas, que únicamente sobrevive como narración
ociosa. Es una fuerza viva, que constantemente va apuntalando a la magia
con nuevos testimonios”. La primera profesión, nos dice, fue la de
hechicero o bruja.
A juicio de Marcel Mauss, en Definición de la magia, la religión
tiende a la metafísica y se absorbe en la creación de imágenes ideales,
la magia sale de la vida mística para mezclarse con la vida laica y
servirla. La magia tiende a lo concreto y la religión a lo abstracto.
Mircea Eliade afirma que el mito es, pues, un elemento esencial de la
civilización humana; lejos de ser una vana fábula, es, por el
contrario, una realidad viviente a la que no se deja de recurrir; no es
en modo alguno una teoría abstracta o un desfile de imágenes, sino una
verdadera codificación de la religión primitiva y de la sabiduría
práctica. Como se notará, entonces, desde los tiempos de las sirenas y
las magas de la noche, el mito ha tenido un largo camino de marginación y
desprecio.
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