miércoles, 5 de febrero de 2014

Konanz en un Ecuador de 1920

Dos largos días había viajado el abuelo Juan José, desde su tierra norteña, hasta Quito, una ciudad donde todos hablaban de política. Antes de llegar al tambo de Malchinguí, debían esquivar a los Pucho Remache, unos forajidos que tenían como maña asesinar a los viajeros y hacerlos fritanga. Era 1920 y el abuelo y su hermano, Ernesto, ya estaban en camino a Guayaquil, que olía a cacao y donde se podía adquirir olorosos habanos para presumir de regreso al pueblo.
Estas imágenes evoco tras leer el libro Senderos del equinoccio, relatos de viajero, del suizo Max Konanz Knaus, quien viajó en ese período, y ahora llega –con fotografías de época– bajo la edición de su nieto Leonardo Escobar Konanz. Aquí aparece un país deslumbrante, lejos de esa mirada del ‘país indolente’, tan propia de otros relatos del XIX, de embajadores como Friedrich Hassaurek, quienes miraban pulgas en los tambos (creo que algo de eso está en Las costumbres de los ecuatorianos, recopilado por Osvaldo Hurtado).
Debemos a Konanz que se preserve el magnífico sol en platino que es un ícono del Banco Central del Ecuador.Konanz, nacido en 1889, amaba este país de contrastes. Llegó en 1912 como agente viajero y después se instaló en Cañar, donde emprendió la primera quesería, contratando a ese visionario que fue Óscar Purtschert, también suizo. Ese país de diversidades que, como dice Borges en Los conjurados: “Han tomado la extraña resolución de ser razonables / Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”.
En el libro aparecen anécdotas: la convalecencia de la peste bubónica; una cabalgadura que huye frente a un elefante de circo; el primer auto Ford que debe ser, literalmente, izado en un puente; las incontables caminatas; viaje en hidroavión alemán de Bahía a Guayaquil: la bienvenida con un ‘drake’, que recuerda al pirata Francis Drake, en el páramo  o el relato de un bandolero en el litoral a quien el curioso viajero engaña con una copa de coñac. También se relata la intolerancia religiosa, como cuando el obispo de Cuenca, de esa época, le impidió entrar a su propia boda, con Lola Muñoz, aduciendo que era protestante.
Pero también el libro da cuenta de la pasión por la arqueología, al punto que lo llevó a investigar la iconografía de los mullos y en 1944 escribió el estudio El arte entre los aborígenes de la provincia de Manabí.
Debemos a Konanz que se preserve el magnífico sol en platino que es un ícono del Banco Central del Ecuador que, según el relato, fue encontrado en Mongoya, cerca de los cerros de Convento, en Manabí.
Es curioso, muchos ecuatorianos, a inicios del siglo XX, aún no conocían su propio país.
 
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