El
Municipio de Ibarra ha realizado un anuncio: recuperará el antiguo
encanto del río Tahuando, donde según leyenda batalló Simón Bolívar el
17 de julio de 1823, subido a la piedra Chapetona.
Ojalá
el Tahuando sea un atractivo como el Tomebamba, de Cuenca. Mientras eso
ocurre he recordado una mitología que recogí hace tantos años. Se llama
“Las tres piedras”, y el lugar era un antiguo vado:
-¡Qué hermoso está el río! dijo Adela, mientras corría hacia la ribera.
-¡Apúrate, si no quieres llegar tarde!, exclamó Eloísa.
La
tercera muchacha, Rosario, recogió un geranio y se colocó en su
lustroso cabello. El torrente del Tahuando bajaba límpido. Los juncos se
mecían con el viento. Arriba, el Alto de Reyes -donde en los antiguos
tiempos se realizaba el Pase del Niño- parecía árido. Los arbustos de
las mínimas montañas producían un destello que se confundía con el
encañonado. Pocos recordaban a los Olivares de Ibarra descritos por
Mario Cicala, en sus crónicas de inicios del siglo XVIII.
Su
alegría se confundía con los cantares que traía la corriente desde las
montañas. Eran muchachas y reían mientras se desvestían para su baño de
aromas de azahares y geranios. Sus piernas eran dóciles a las hierbas
mojadas y sus labios eran frescos, como las gotas que salpicaban sus
caderas. Estaban desnudas y sus espaldas tersas se arremolinaban bajo el
chorro firme, que caía desde sus cabelleras ensortijadas. Sus ojos
tenían los paisajes de estas tierras generosas.
Eloísa,
con sus pies ligeros, entraba y salía de la orilla. Como una serpiente
inmensa, el agua se escurría por las pulidas piedras y el sonido que
producía parecía estar en armonía con las risas de las muchachas.
Desde
arriba, unos hombres las observaban ocultos
en los matorrales. Tramaban el ultraje contra las vírgenes de olores de
durazno. Las doncellas, sin percatarse, jugueteaban con el agua y sus
cuerpos eran como garzas que se posan sobre el estanque.
Los
tunantes se acercaron para tomar a la fuerza lo que se les había negado
con la ternura. Las zagalas comprendieron sus intenciones perversas.
Cuando sus manos se acercaron a sus figuras, los hombres sintieron una
dureza de alabastro. Las muchachas se habían transformado en tres
piedras. De lo que antes eran sus labios, brotaban tres
ojos de agua, pero era como si fueran hechos de lágrimas.
Cuentan los abuelos que cuando bajaban al río, las tres piedras con fulgores de mujeres estaban allí. Cuando alguien se zambullía en su torrente era como si unas manos recorrieran una piel ajena, pero con gemidos traídos de otras épocas.
Cuentan los abuelos que cuando bajaban al río, las tres piedras con fulgores de mujeres estaban allí. Cuando alguien se zambullía en su torrente era como si unas manos recorrieran una piel ajena, pero con gemidos traídos de otras épocas.
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