Ibarra, por sus 409 años de fundación, en este mes
reinaugura su emblemático cuartel, que -debido a su inspiración medieval en
plena época de la arquitectura ecléctica- es una suerte de castillo, pero sin
fosas. Concebido inicialmente como una plaza militar se convertirá en un centro
cultural, con énfasis en arte y cultura popular, pero sin perder lo
contemporáneo. Aquí la historia de su artífice.
A inicios del siglo XX la ciudad se encontraba en
pleno proceso de reconstrucción. Existieron, en verdad, patriotas como el caso
de Mariano Acosta, uno de los pilares de la reconstrucción tras el terremoto de
1868. En la siguiente generación se destacó José Domingo Albuja, que nació,
vivió y murió pobre en Ibarra, según refiere en su pequeña biografía Luis
Martínez de la Vega.
Cuenta que, tras estudiar la secundaria en el
colegio seminario San Diego, fue a Quito para seguir Jurisprudencia, pero su
precaria situación económica le impidió continuar, por lo que regresó a su
ciudad. Luis Fernando Villamar dijo de él: “Habiéndose criado en la pobreza,
llegó a formarse por sí solo, guiado únicamente por los consejos y cuidados de
su buena madre, a la que veneraba”.
En el lenguaje de la época se lo describe: “Su
abnegación y desinterés fue reflejo de su meritoria conducta, noble, sencillo,
humilde y bondadoso con todos, justo y santo lo llamarían sus coterráneos, y
poeta, cuyos versos acariciaban la belleza de corte clásico. Fue un adorador de
la verdad”.
Víctor Gómezjurado recuerda al hablar de él: “Un
grupo de alumnos había acudido a una huerta solitaria y habían tomado unas
tantas limas y naranjas. El propietario presentó la queja al director de la
escuela. Este, con mucha solemnidad, pidió que los culpables confesaran
espontáneamente su falta. Púsose de pie el niño Albuja y dijo: “Yo fui uno de
ellos. Caiga sobre mí todo el peso de la sanción; pero, por favor, no se me
obligue a delatar los nombres de los demás”. Emocionado, el director le dio un
abrazo y lo puso como ejemplo de generosidad y franqueza.
“Fue tipógrafo honrado y fotógrafo muy hábil y
prolijo”, dice Martínez, además que como profesor de dibujo se interesó también
en la arquitectura, por lo que concibió el diseño del Cuartel de Ibarra. Por
pedido de Mariano Acosta, quien apreciaba su inteligencia, llegó a ser rector
del colegio San Alfonso, profesor del seminario San Diego, concejal y tesorero
municipal. En su afición por la construcción también realizó los diseños de la
Casa Municipal, así como de edificaciones particulares. Fue orador y literato;
además, cuando iniciaron los trabajos del ferrocarril, el Cabildo lo condecoró
como “Su mejor ciudadano”. Conocido como “Maestro Pepito”, con su mostacho de
poeta romántico, fue calificado como “el más justo de los ibarreños” por el
obispo Ordóñez. En diarios antiguos hay una fotografía de Albuja y varios de
sus poemas insuflados aún por el romanticismo que le tocó vivir. Murió en 1926
y legó a su ciudad el espíritu del amor al terruño sin ninguna mezquindad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario