Tú
en tu celeste bicicleta, / la de los alegres
días en que a Jesús llevabas, / montado en la barra, por las calles
frías de la madrugada / y yo en mi bicicleta perdida, escribía el poeta
Carlos Suárez Veintimilla, famoso por olvidar su artilugio en los
zaguanes de una ciudad que, como Ibarra de finales del XX, aún amparaba a
sus ciclistas.
Y
no solamente a los pedaleros, sino a los despistados como el sacerdote
Suárez Veintimilla, quien olvidada muchas veces su bicicleta en
cualquier vereda y, claro, las buenas gentes de entonces devolvían su
artilugio en el colegio de
Fátima.
Recuerdo
que solíamos esperar a mi padre llegar del trabajo en su bicicleta
roja, incluso en las tardes en que se apagaban las luces y quedábamos
absortos por el dínamo, ese aparato que -unido a la rueda- era un motor
para encender la mínima lámpara. Uno de los juegos preferidos era
colocar la bicicleta llantas arriba y mover los pedales, en medio de la
noche.
Eso
no sabía mi padre, que era tan escrupuloso en el respeto de la ley que
tenía la única bicicleta con matrícula y placa, que ahora se enmohece
entre las cosas olvidadas. Mientras los autos invadían la urbe, la
bicicleta de mi padre seguía circulando, como una prueba de dignidad que
no viene al caso mencionarla.
“El
ciclismo es un importante elemento del futuro. Algo no marcha bien en
una sociedad que va en auto al gimnasio”, dijo el científico Bill Nye, y
Ernest Hemingway exclamó: “Yendo en bicicleta es como mejor se conocen
los contornos de un país, pues uno suda ascendiendo a los montes y se
desliza en las bajadas”.
Es
que cuando se va en bicicleta el mundo es distinto, y no solo por la
lentitud, que habla Milán Kundera, sino porque se viaja hasta los mundos
interiores, porque
elegir este medio de transporte constituye un sentido filosófico de
vida.
Ir
en bicicleta, además, es una manera de decir que en un mundo de vértigo
-donde los pomposos autos desprecian al peatón- también es posible una
urbe con otro ritmo. La extraña aventura de respirar el aire y quedarse
absorto contemplando las nubes que pasan. Y, como en todo, hay una
filosofía de las cosas sencillas, como dicen los taoístas.
Esto
a propósito del asesinato, en Cumbayá, de la ciclista de élite Salomé
Reyes bajo el acelerador de un chofer de un bus, quien se dio a la fuga.
La bicicleta no está en extinción, como tampoco la memoria. Albert
Einstein ya lo dijo: “La vida es como la bicicleta, hay que pedalear
hacia adelante para no perder el equilibrio”. Únicamente lo haremos
cuando las urbes se piensen distintas.
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