sábado, 26 de mayo de 2012

Aya huma de Peguche

 
Entre los personajes de las fiestas andinas del solsticio de junio -llamados sanjuanes, hatun puncha o intiraymis- destaca el aya huma, con su disfraz de doble rostro. Tiene un máscara de colores y danza junto con un látigo.
“La denominación aya huma está compuesta por dos palabras quichuas a saber: aya: fuerza, energía, poder de la naturaleza (que influyen en los seres humanos). La otra palabra es huma: cabeza, líder, dirigente y guía. En el contexto de la cosmovisión indígena es el líder superdotado, ritual y guerrero, poseedor de la energía de la naturaleza”, dice Luis Enrique Cachiguango, de la comunidad de Cotama.

Marcelo Naranjo, para el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares, Cidap, añade: “La primera ceremonia de las vísperas es el baño ritual al que se someten todos los varones, jóvenes y niños: un escenario privilegiado en la realización de este rito es la cascada de Peguche, a pocos kilómetros de Otavalo, en Imbabura. El baño de las vísperas tiene un claro sentido de purificación y se vincula íntimamente a los significados agrarios de la fiesta”.
Para una investigación sobre este personaje, traté de acercarme desde la literatura. Aquí una escena: Los danzarines eran descomunales. Tenían apariencia humana y sus movimientos eran enérgicos con un compás que encerraba una inquietante belleza. Bailaban en círculo, agitándose violentamente hasta llegar a un éxtasis, precedido por las flautas entonadas con maestría. Era un llamamiento de exaltación a la vida, con una danza, acompañada de inmensas caracolas ceremoniales que retumbaban en el aire.
Eran seres de otro mundo, formidables criaturas que tenían una cabeza con dos rostros y cuando giraban parecían fundirse en un remolino con sus cabellos firmes y extraños. Contemplar las dos caras, que poseían cada uno de los danzantes, era un vértigo: parecía que nunca dejaban de mirar porque mientras la cara de adelante estaba pendiente del interior del círculo, la de atrás seguía el exterior de la celebración y como se movían alternadamente los incontables ojos despedían un brillo intenso. Tenían orejas desproporcionadas y sus narices parecían cubrir todo su semblante, pero se movían con gracia…
Cuando recobró el aliento, el hombre tenía otro semblante: había contemplado a los aya humas, esos seres con cabezas de diablos quienes danzaban para los elegidos. Pero no eran como los diablos europeos con colas, que venían del infierno, estos eran deidades andinas que insuflaban vitalidad a las antiguas ceremonias, en torno al maíz.

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