Entre los personajes de las fiestas andinas del solsticio de junio -llamados sanjuanes, hatun puncha o intiraymis- destaca el aya huma, con su disfraz de doble rostro. Tiene un máscara de colores y danza junto con un látigo.
“La
denominación aya huma está compuesta por dos palabras quichuas a saber:
aya: fuerza, energía, poder de la naturaleza (que influyen en los seres
humanos). La otra palabra es huma: cabeza, líder, dirigente y guía. En
el contexto de la
cosmovisión indígena es el líder superdotado, ritual y guerrero,
poseedor de la energía de la naturaleza”, dice Luis Enrique Cachiguango,
de la comunidad de Cotama.
Marcelo
Naranjo, para el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares,
Cidap, añade: “La primera ceremonia de las vísperas es el baño ritual
al que se someten todos los varones, jóvenes y niños: un escenario
privilegiado en la realización de este rito es la cascada de Peguche, a
pocos kilómetros de Otavalo, en Imbabura. El baño de las vísperas
tiene un claro sentido de purificación y se vincula íntimamente a los
significados agrarios de la fiesta”.
Para
una investigación sobre este personaje, traté de acercarme desde la
literatura. Aquí una escena: Los danzarines eran descomunales. Tenían
apariencia humana y sus movimientos eran enérgicos con un compás que
encerraba una inquietante belleza. Bailaban en círculo, agitándose
violentamente hasta llegar a un éxtasis, precedido por las flautas
entonadas con maestría. Era un llamamiento de exaltación a la vida, con
una danza, acompañada de inmensas caracolas ceremoniales que retumbaban
en el aire.
Eran
seres de otro mundo, formidables criaturas que tenían una cabeza con
dos rostros y cuando giraban parecían fundirse en un remolino con sus
cabellos firmes y extraños. Contemplar las dos caras, que poseían cada
uno de los danzantes, era un vértigo: parecía que nunca dejaban de mirar
porque mientras la cara de adelante estaba pendiente del interior del
círculo, la de atrás seguía el exterior de la celebración y como se
movían
alternadamente los incontables ojos despedían un brillo intenso. Tenían
orejas desproporcionadas y sus narices parecían cubrir todo su
semblante, pero se movían con gracia…
Cuando
recobró el aliento, el hombre tenía otro semblante: había contemplado a
los aya humas, esos seres con cabezas de diablos quienes danzaban para
los elegidos. Pero no eran como los diablos europeos con colas, que
venían del infierno, estos eran deidades andinas que insuflaban
vitalidad a las antiguas ceremonias, en torno al
maíz.
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