Los humanos estamos hechos de ritos, como si aún
tuviéramos esa primera sensación del encuentro con el fuego (Prometeo, quien
roba el elemento a Vulcano sigue eternamente condenado a ser devorado por las
aves de rapiña). De fuego, más los otros elementos, estamos hechos, como decía
Parménides de Elea, mientras Tales de Mileto creía que todo era agua y “está
llena de dioses”.
El fuego se repite cada año. Es la época de olvidarlo
todo y volver a empezar. Para nuestro país, está la quema de los monigotes y la
hora de poner al mundo al revés, con las viudas llorando por el ‘viejo’, antes
del testamento. ¿Qué nos hace repetir estos rituales en esta época
hiperconectada, que incluye la Navidad?
Al parecer, seguimos siendo esencialmente los mismos, a
despecho de Heráclito. En lugar de piedras, los hijos de los monos, ahora
destruimos ciudades con drones. En vez de ocultarnos en las cavernas nos
alejamos del mundo con un clic del último celular. Y, claro, no sabemos lidiar
con el hecho de estar vivos.
Vamos a los centros comerciales -esas catedrales de la
postmodernidad- para mirar a papanoeles que se ríen con carcajadas
anglosajonas: ho, ho, ho, en lugar de ja, ja, ja.
En los humildes pesebres de Alepo siguen naciendo los
niños de la guerra, pero no hay reyes magos con oro, incienso y mirra, buscando
la estrella de Oriente. Condenados a los telediarios, nos imaginamos la nieve
que no hemos sentido nunca y aún creemos que los regalos nos traerán la ventura
de mejores días. Pero allí también está esa antigua presencia juedocristiana
del Mesías, tan duramente criticada por Nietzsche. Pero qué importan, porque
cantan los niños como si fueran ángeles. Acaso, ellos nos salvan.
Y está el sabor de la miel en los humildes buñuelos. Y
está la alegría de las luces en los parques de los pequeños pueblos, frente a
las avenidas de las ciudades imponentes. Y viven los villancicos con sus
burritos sabaneros y los dulces jesusmíos, que tienen unas letras que no
resiste eso de “Pero mira cómo beben los peces en el río”. ¿Quién entiende esa
canción? Y están los chigualos manabas: “Niñito bonito / Me voy de tu
lado / A Santo Domingo / de los Colorados”. O aquellos de Segundo Cueva Celi,
como “Ya viene el niñito” o el famoso “Entre paja y el heno”… Sin olvidar a
Margarita Laso, pero también a los arrullos.
En esta época es como si nos forzáramos a ser niños.
Ojalá fuéramos siempre y no esos zombis dispuestos a calcular el valor de un
pavo (cuestión de prestigio, envuelto en ciruelas). Curiosamente, la idea del
pesebre está atribuida al amigo de los pájaros, San Francisco de Asís, en el
siglo XII, justo cuando se disputaba el verdadero sentido de la Iglesia
original, si se estaba a favor de los ricos o de los pobres, tal como había
predicado el hombre que caminó por las aguas.
Estas fechas traen un hecho extraño: creer en la ilusión
de que seremos mejores el 1 de enero. Seremos en esencia lo que somos, aunque
nos llenemos de cábalas y enterremos nuestras miserias junto a las cenizas del
monigote. Somos, en definitiva, unos humanos asustados en torno al fuego,
mirando a una estrella. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/el-secreto-del-mago-baltasar
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