Corría el siglo XVIII en el país
de los samuráis y de las geishas. Los poetas pensaban en las estaciones y
escribían esas mínimas joyas llamadas haikus. Mukai Kyorai caminaba a su sitio
habitual de contemplación, pero casi al llegar observó que otro poeta había
ocupado su lugar. Escribió: “Cima de la peña: / allí hay otro huésped / de la
luna”.
Borges se negó a escribir novelas
porque consideraba que entre capítulo y capítulo hay demasiadas cosas
farragosas. Y esto, porque acostumbrados como estamos a la literatura de
Occidente, altamente barroca, hemos dejado a un lado los saberes de un Oriente
que nos revela que la sencillez del verso corto no está exenta de profundidad.
El propio Borges en uno de sus haikus lo muestra: “¿Es un imperio / esa luz que
se apaga / o una luciérnaga?”.
Acá, en nuestra América -así como
el microcuento- hay grandes cultores de los, llamémoslos, micropoemas (porque
no cumplen necesariamente con los parámetros del haiku; primero, porque estos
versos están basados en las estaciones y en otra rigurosidad ya abolida por el
modernismo). Está el caso de Octavio Paz: “Hecho de aire / entre pinos y rocas
/ brota el poema”. Pero también nuestro entrañable Jorge Carrera Andrade:
“Nuez: / Sabiduría comprimida / diminuta tortuga vegetal, / cerebro de duende /
paralizado por la eternidad”.
Más, siempre es necesario volver
a las fuentes. Así, tenemos la profundidad de Kobayashi Issa, nacido en la
antigua provincia japonesa de Shinano en 1763. Nos ha dejado esto: “La lejana
montaña / se destaca en los ojos / de la libélula”. Y este que es tan
contemporáneo. “De no estar tú, / demasiado enorme / sería el bosque”. Hablando
de este asunto comparto un pequeño relato de Eduardo Galeano, que nos acerca a
esta realidad en El libro de los abrazos:
“¿Quiénes son mis contemporáneos?
-se pregunta Juan Gelman. Juan dice que a veces se cruza con hombres que huelen
a miedo, en Buenos Aires, París o donde sea, y siente que esos hombres no son
sus contemporáneos. Pero hay un chino que hace miles de años escribió un poema
acerca de un pastor de cabras que está lejísimos de la mujer amada y, sin
embargo, puede escuchar, en medio de la noche, en medio de la nieve, el rumor
del peine en su pelo; y leyendo ese remoto poema, Juan comprueba que sí, que
ellos sí; que ese poeta, ese pastor y esa mujer son sus contemporáneos”.
En un momento de
aparente velocidad hay que volver a las palabras de los antiguos porque acaso
desde allí seamos curiosamente contemporáneos. Un haiku de Matsuo Basho, desde
hace siglos, nos dice: “Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el
crepúsculo”. Por eso, quisiera compartir un micropoema, ahora que terminan las
fiestas de Cuenca. Estaba sentado en la que, según dicen, la mejor esquina del
mundo en el Mercado de las Flores, frente a la Catedral. Más allá se intuía el
río. Pensé en el poema de Catalina Sojo: “Cae / el amanecer / las campanas
ruedan en el aire desnudo”. Era casi la tarde y la promesa del último sol…
Escribí: “Ciudad de cúpulas: / algo le falta / si no hay tus pasos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario