sábado, 17 de agosto de 2013

Eufrasia en duelo con la muerte

El escritor ruso León Tolstói nos legó una frase: para hablar bien del universo solo se precisa hablar bien de tu aldea. Ese es el sentido de la mitología, porque es la construcción, a lo largo de generaciones, de una realidad particular, pero que habla del mundo.
Tan importante, entonces, es el mito de Ícaro, de los griegos, como Kujanchan, de los shuar, a quien los dioses también proporcionan alas. De los mitos, uno de Esmeraldas me llama la atención. Lo escribí hace algún tiempo. Se llama “La piedra de Eufrasia”. Lo comparto:
Hace tiempo Eufrasia había olvidado las décimas que hablaban de amores contrariados. Era la época de buscar sustento para ella y también para su hijo, así que acudió, como muchos, a lavar oro a orillas del río.
Se internaron por la espesura de Playa de Oro y cuando  a los varios días salieron, su pequeño tenía fiebre. Esa noche la situación empeoró. No bastaron los cuidados ni los ungüentos que le prodigaron en el pueblo. Al poco tiempo murió.
Tras su quejido se produjo un temblor de tierra. Los árboles se movían airosos, los pájaros aleteaban sin rumbo, el río levantaba sus aguas...Eufrasia trató de recordar una décima: La muerte es para todos / de ella no hay separación / ella no halla personas / sino el que manda el Señor. Eran los cantos de su pueblo que decían: Mata padre, mata obispo / mata al que tiene corona / mata a los santos ministros  /  y al Papa Santo de Roma.
Pero la mujer no hallaba consuelo. Entonces llegaron las cantoras para el ritual de los “alabaos”, propios de los velatorios.
Qué triste que está la casa / y el puesto donde dormía / los gallos que menudeaban / y yo que me despedía.
Al día siguiente era el entierro. Todos se dirigían con tristeza hacia el camposanto. Sin embargo,  Eufrasia se detuvo fuera de sí. Levantó los brazos y exclamó al cielo: ¡Como era tuyo, te lo llevaste!
Tras su quejido se produjo un temblor de tierra. Los árboles se movían airosos, los pájaros aleteaban sin rumbo, el río levantaba sus aguas, los animales del monte huían despavoridos y la gente se abrazaba. El temblor no duró mucho. Después prosiguieron hasta el mínimo cementerio y encontraron abierta la sepultura. Allí depositaron el cuerpo del niño.
Cuando al poco tiempo los hombres y mujeres salieron a sus labores,  encontraron que el río había cambiado de cauce. En donde antes se encontraban unos platanales estaba una enorme piedra llegada desde el monte. Todos estuvieron de acuerdo en llamarla la piedra de Eufrasia. La roca es enorme y aunque algunos han intentado subir a la cima no han podido. Las abuelas dicen que allí fue colocada por quien manda a la muerte, que no distingue ni el rostro.

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