domingo, 2 de junio de 2013

Trópico de Jano

Entrar a la ciudad antigua era como percibir una alucinación dominada por la cal y el abismo. Así inicia el texto Creta, del libro “Islas en la bruma”, de José Villarreal, que alude al minotauro, aquel desventurado que vaga en el eterno laberinto, donde una vez se perdió María Kodama, según el poema.

Esto, a propósito de su reciente muestra plástica Trópico de Jano, que se inaugurará el próximo 6 de junio en la Casa de la Cultura, en Quito, donde este artista -que pinta casi como un asceta en Chorlaví- logra dotar a sus lienzos de un concepto: el retorno a las raíces. Por un lado, la visión que nos llama desde la selva –como conocedor de la Amazonía, por haberla recorrido hasta sus orígenes- y por otro el legado de la pintura de Occidente, que dio un viraje desde el Renacimiento. Estas dos matrices están unidas en un solo lienzo que es la obra de toda una vida, utilizando técnicas que incluyen moler sus propios pigmentos, cosechar en su chacra el dulce maíz, y no haber pactado con el vértigo de la vanidad.

Es un pintor que lee y, además, escribe interrogando a los clásicos. Hay que decirlo: muchos de quienes manejan este oficio carecen de referentes, por lo que sus obras, coloridas sin duda y hasta costosas, carecen de conceptos hasta volverse como figurillas fabricadas en serie para los centros comerciales. Basta leer algo de la Historia del Arte, siguiendo a Ernst Gombrich, para entender que atrás de una propuesta existe una búsqueda y que el arte no está regido por el azar.

Villarreal es un virtuoso dibujante, de línea y soporte, y nos trae una pintura exenta de bordes, pero henchida de luz y de atmósfera, que es una elegía y una obra abierta. Es decir, algunas de las metáforas que rigen desde tiempos antiguos y que, por esos mismos motivos, son perdurables: la muerte, el nacimiento, el mito, el bosque… las preguntas que un día los humanos nos hicimos ante la hoguera y que, con el tiempo, devino en los altares de las deidades. Villarreal es un pintor de óleo, en un momento en que nos enfrentamos en un arte que apela a la sorpresa que trae el susto, pero también la desmemoria.

La muestra alude al latino Jano, aquel de las dos, pero también al trópico, es decir la presencia poderosa de esta parte del mundo, donde los ríos tienen aún el sabor del primer día en el Paraíso. 

El relato termina: “Cuando Ariadna regresa, Teseo murmura a su oído que él solo rozó con la punta de su lanza el hombro del minotauro, y que el agua y el aceite en el piso de mármol hicieron lo demás”. Villarreal, en silencio, construye una obra que puede burlar al tiempo.

http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnistas/item/tropico-de-jano.html


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