Borges,
en una inscripción, nos recuerda, además de los crepúsculos, “lo que
pierde el olvido y lo que la memoria transforma... Solo podemos dar lo
que ya hemos dado. Solo podemos dar lo que ya es del otro”. Esto a
propósito de la presentación del libro “Imágenes de Ibarra”, del
fotógrafo Miguel Ángel Rosales (1902-1994), editado por el Consejo
Nacional de Cultura, del Ministerio del ramo, en la memorable colección
Fotografía del Siglo XX, que no debería morir.
De
memoria y olvido está hecha esta obra. Lo primero porque, al fin,
podemos apreciar a una Ibarra desde los treinta a los sesenta, del siglo
pasado, con un esplendor de postales panorámicas, una iniciativa de su
autor que no se contentó con retratar a sus paisanos o asistir a bodas,
sino que nos legó una nueva mirada.
Alex
Schlenher, quien realizó su tesis sobre la obra del fotógrafo, lo dice:
“Sin distinción de clase, etnia, género o edad, por el lente de Rosales
pasó la gran mayoría de la población de Ibarra y sus alrededores. El
fondo visual que deja el Foto Estudio Rosales de la calle Pedro Moncayo
incluye por igual imágenes de mujeres y hombres -indios, negros,
mestizos- de distintas edades. Medio siglo de la vida social y política
de Ibarra quedó condensado en miles de imágenes de todos los formatos y
tamaños habidos y reinventados. El mismo ciclo de la vida quedó plasmado
en las fotografías de un hombre que, fiel a su espíritu de inventor,
intervenía la mecánica de las cámaras para sacarles el máximo provecho.
Una reciente investigación sobre el lenguaje fotográfico arrojó que el
fotógrafo desarrolló un complejo
sistema de láminas interiores para poder emplear los diferentes
segmentos de la placa fotosensible en distintos momentos”.
Lo
del olvido se debe a que aún en nuestras urbes miramos pasar a los
sencillos fotógrafos que pulsan cada día lo que somos. Cuántas imágenes
se perderán en estos años, cuántos rostros serán, con el polvo y la
desidia, de cualquiera. Este libro de fotografías es como el primer
álbum familiar de Ibarra, donde no se destacan los ennoblecidos sino la
vida cotidiana de la urbe y sus alrededores. Aparece un
flamante cuartel del parque La Merced, mientras en la actualidad una
casa patrimonial es derruida por la indolencia.
La
generosidad de Rosales está ahora en un libro. Pasarán los políticos
locales sin pena ni gloria y, al final, una imagen de este fotógrafo
valdrá más que los cuatro años en sus asientos de uno de ellos, porque
no entienden el valor de preservar la memoria. Y todo lo que no se cuida
se lo lleva un señor que se llama Alzheimer, quien no entra en la foto.
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