Hace una década, llegar de San Vicente a Bahía de Caráquez en gabarra
podría tardar más de una hora, por la espera. Pasadas las siete de la noche,
unas tres horas y media, por Vuelta Larga y, claro, los más arriesgados en
frágiles lanchas. Ese era el país y parecía normal. Muy cerca, en la isla
Corazón, decían que habitaba el duende con las patas al revés para despistar a
sus perseguidores.
Desde San Vicente, las luces de Bahía estaban tan cercanas y a la vez
inalcanzables. Más de medio siglo pasaron los políticos aventando sus promesas
de un puente. Todo era desconfianza. Un asambleísta llegó a decir: “Primero veo
volar a un burro antes de que el sueño se haga realidad”.
Ahora, sobre el río Chone, se levanta el puente Los Caras, de 1.980
metros de longitud, ejecutado por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército a un
costo de $ 102 millones. Cruzarlo no demora más de 5 minutos.
En el siglo XIX, ir desde Guayaquil a Quito a lomo de mula era una
aventura de 15 días, cuando no llovía. En 1908, el tren de Eloy Alfaro, a
quienes los políticos conservadores tanto denostaron, permitió cubrir esa
distancia en un día y medio. La ‘obra redentora’, no solo porque acercaba a las
regiones, constituyó un orgullo de la época. Claro que existió oposición, no
solamente de la vía férrea sino por los cambios profundos en las relaciones de
poder entre los agroexportadores, terratenientes e incluida la Iglesia, voz
parlante desde sus púlpitos. Alfaro terminó junto a sus coidearios en la
‘Hoguera Bárbara’.
Como señala Kim Clark, la transformación más profunda se dio en la
esfera del espacio-tiempo. Es decir que, al acortar las distancias, el país ya
no fue el mismo, incluida su identidad. Por eso Alfaro quería un tren hasta la
Amazonía para unir a los ecuatorianos, desde su visión geopolítica.
Y eso ha pasado ahora en Ecuador. En vialidad mundial se pasó del puesto
82 al 25, y a nivel regional al primer lugar, superando a Chile y Panamá.
Aunque aún no se ha estudiado este fenómeno, es posible dar unas pistas. Además
de la obvia cercanía y ahorro del tiempo, está algo inasible: el país comenzó a
reconocerse, a saber quién era, de dónde venía: claves de la identidad.
Las carreteras son solo un ejemplo, pero también están -siguiendo la
comparación con la época alfarista con 43 jóvenes que fueron a estudiar en el
extranjero- los 20.000 jóvenes becarios, muchos en las mejores universidades
del mundo. Es posible referir a las cifras económicas, pero los cambios
culturales son más profundos. Es como si los textos sobre la identidad
ecuatoriana necesitaran una urgente revisión. De allí la importancia de que
esos nuevos relatos tengan una visión contemporánea, porque simplemente el país
ya no es el mismo. El espejo del pesimismo se ha roto.
Es un país en transformación -como un choque de trenes- siempre se
encontrará oposición, pensamiento obsoleto, añoranza del pasado y, obvio, falta
de autocrítica. Decía el maestro Arturo Andrés Roig: “Nosotros, los
latinoamericanos, no podemos darnos el lujo de la desesperanza”. El tren, otra
vez, se pone en marcha y hay sitio para todos. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/el-tren-de-la-esperanza
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