Casi siempre, los medios construyen una realidad ajena,
porque siguen su esencia de creación: el amarillismo (hay que mirar el filme
Ciudadano Kane). Absortos vemos a Donald Trump -que cierto que representa a una
minoría blanca y racista- vapulear a los migrantes o a Hillary Clinton, con
mucho que decir sobre el Medio Oriente. Pero Estados Unidos, como todos los
países, no es solo su política.
Esa ‘atlética democracia’ fue en sus inicios adalid de
cambios profundos en el orbe. ¿Qué país, si no, iba a entrar en una profunda
guerra civil por defender la igualdad de los seres humanos, frente a los
esclavistas sureños? Está el mensaje vigoroso de Martin Luther King, el jazz,
la novela policial inventada por Edgar Allan Poe o el maravilloso Tom Sawyer,
la generación Beat, el vértigo de Andy Warhol o el mismísimo hip hop y la salsa
nacida en Nueva York. Y del siglo XIX está Walt Whitman y sus Hojas de hierba.
Jorge Luis Borges reseña el momento. “Whitman se impuso
la escritura de una epopeya de ese acontecimiento histórico: la democracia
americana. No olvidemos que la primera de las revoluciones de nuestro tiempo,
la que inspiró a la Revolución Francesa y a las nuestras, fue la de América y
que la democracia fue su doctrina”. Eligió, dice Borges, un nuevo método. Como
uno de los experimentos singulares de la literatura, Whitman se convirtió en su
propio protagonista. “Necesitaba, como Byron, un héroe, pero el suyo, símbolo de
la populosa democracia, tenía que ser innumerable y ubicuo, como el disperso
dios de los panteístas”. Así, lo encontramos, aunque nunca estuvo, en Texas o
en la ejecución del abolicionista John Brown. Whitman, entonces, fue el modesto
periodista y el hombre universal.
“Whitman ya era plural; el autor resolvió que fuera
infinito. Hizo de su héroe una trinidad; le sumó un tercer personaje, el
lector, el cambiante y sucesivo lector”. Borges reconoce que, para su
traducción, consultó con provecho la de Francisco Alexander (Quito, 1956) “que
sigue pareciéndome la mejor, aunque suele incurrir en excesos de literalidad,
que podemos atribuir a las reverencias o tal vez a un abuso del diccionario
inglés-español”.
Para entender esto, un ejemplo del canto 32. Whitman dice:
“And a mouse is miracle enough to stagger sextillions of infidels”; Alexander
traduce: “Y que una miosota es milagro suficiente para hacer vacilar a
sixtillones de incrédulos”; Borges lo hace así: “Y que un ratón es un milagro
capaz de confundir a millones de incrédulos”. Más allá de eso, y recordando a
Paul Valéry, quien dijo que nadie como el ejecutor de una obra conoce a fondo
sus deficiencias, está la voz poderosa de Whitman.
Lin Yutang, en 1939, se lamentaba que el norteamericano
común estuviera más preocupado en tener un coche mejor que del vecino o un
departamento en Manhattan precisamente habiendo tenido un poeta como Whitman.
“Creo que una vaca paciendo con la cabeza baja supera a todas las estatuas”,
diría el viejo poeta, tan poco leído en estos tiempos de pokémones. (O)
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/walt-whitman-el-otro-estados-unidos
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