domingo, 30 de marzo de 2014

El diablo de los extramuros


Las ciudades primigenias -en el ámbito europeo- estaban construidas con inmensas fortificaciones, para evitar el asedio de los enemigos. Está el caso de la mítica Troya, encontrada merced a la arqueología. Están las hermosas descripciones en las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, para el caso de Toledo, donde, en el relato de El beso, nos habla de los soldados franceses, quienes fueron a dormir en una vieja y desolada iglesia, y lo que aconteció con las estatuas.
Cuando los conquistadores llegaron a nuestra América la arquitectura cambió (La ciudad letrada, de Ángel Rama, es fundamental sobre estos tópicos). Primero, porque no tenían el asedio de los moros. Lo que no constituía como parte de la urbe, fundada con horca en medio de la plaza, pasaba literalmente a ser considerado como extramuros. Aunque, claro está, nuestras ciudades coloniales no tenían esos muros al estilo de Ávila.

La Caja Ronca y su diablo también recorrían el tradicional barrio ibarreño de San Juan Calle, donde se encuentra el actual cementerio. 

Al realizar un estudio cartográfico de los mitos de las ciudades, la leyenda de la Caja Ronca –aquella procesión del infierno, que lleva a penitentes y cadenas– se ubica precisamente en los extramuros.

Ilustración José Villarreal, La Caja Ronca

El recorrido del siniestro cortejo fúnebre era, para el caso de Ibarra, por el denominado Quiche Callejón, en las actuales calles Maldonado y Colón, un lugar donde terminaba la ciudad. El sector se llamaba antiguamente el barrio de San Felipe y, antes del terremoto de 1868, que devastó la urbe, se sabe que estaba colocada una cruz, que no es otra cosa que el indicio de una probable pacarina, es decir, un sitio sagrado para la cultura prehispánica. En lo referente a Quito, este mito se ubicaba arriba de la Cruz Verde y, como notará el lector, otra vez aparece la simbología de la cruz que desterró a los antiguos sitios de veneración de las culturas ancestrales.
En la temprana colonia, los curas doctrineros tenían como costumbre poner los símbolos cristianos –grutas o cruces– para disuadir a los antiguos habitantes de sus lugares sagrados especialmente relacionados con el agua, dadora de vida. Como sea, la Caja Ronca y su diablo también recorrían el tradicional barrio ibarreño de San Juan Calle, donde se encuentra el actual cementerio.

Ese mundo insano del extramuros sería también una manera de exclusión del mundo andino y de sus mitos (los duendes viven únicamente en las quebradas o cascadas). Porque en el centro, en la Catedral, era el lugar de la Viuda o la Vergonzante del Pretil, que son visiones más coloniales. Mas hay extramuros simbólicos aún presentes en nuestras ciudades: el centro y la periferia, el lugar del shopping center y el lugar del chaquiñán.



No hay comentarios:

Publicar un comentario