sábado, 23 de noviembre de 2024

Buscando a Pedro Páramo




El viaje en autobús Greyhound desde Nueva York tomó dos semanas. Era 1961 y había que pasar por las sureñas estancias ocultadas hábilmente por William Faulkner. Al arribar en tren a la Ciudad de México lo recibió su compadre –quien además había costeado el viaje para toda la familia García Márquez- y le aventó un libro con una mirada cómplice, ante la insistencia de qué le recomendaba leer. “Léase esta vaina, y no joda, para que aprenda cómo se escribe”, le dijo. Desde ese día, algo de su sonrisa se le fue a Gabo. La obra –de apenas 100 páginas- era Pedro Páramo, del lacónico Juan Rulfo. Cuentan que el autor de la Mama Grande recitaba párrafos de memoria de este libro poblado por fantasmas. Desde la Metamorfosis, de Franz Kafka, leída hace 10 años, nada le había conmovido tanto. Aquí un párrafo:

Ni siquiera hice el intento: “Aquí se acaba el camino –le dije-. Ya no me quedan fuerzas para más”. Y abrí la boca para que se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilillo de sangre con que estaba amarrada a mi corazón.

Borges, citando a Emir Rodríguez Monegal, nos da pistas para entender este misterioso libro: “La historia, la geografía, la política, la técnica de Faulkner y de ciertos escritores rusos y escandinavos, la sociología y el simbolismo, han sido interrogados con afán, pero nadie ha logrado, hasta ahora, destejer el arco iris, para usar una extraña metáfora de John Keats. Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas en lengua hispánica, y aún de la literatura”.

Siempre hay que volver a esas páginas, para sentir el vacío de un zaguán donde una alma atormentada nos espera por siempre. Tal vez sea una de las maneras de encontrarnos con nuestros muertos, con quienes no pudimos decirles un par de cosas ahora que tenemos el coraje de los difuntos.

Texto: Juan Carlos Morales Mejía
Fotografía: Juan Rulfo
 
 
 

domingo, 10 de noviembre de 2024

El libro, la última resistencia







Mientras Don Quijote duerme, agotado de sus aventuras, el Cura pide a la Sobrina las llaves de la biblioteca, que ha vuelto loco al caballero andante. La Ama, quien pasa el hisopo y el agua bendita, propone quemar los más de cien cuerpos de libros, entre grandes y pequeños bajo un argumento: “-Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encante, en pena de que les queremos dar echándoles del mundo”.

La Sobrina insistía en que no se salvara a ninguno, incluso a los de poesía –que para el Cura y Barbero eran inocentes- porque según su razonamiento podía suceder que su tío sanándose de la enfermedad caballeresca podría convertirse en pastor y vagar por los bosques cantando y tañendo, suponemos un laúd… “y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”. Así se lee en el capítulo VI.

Jorge Luis Borges habla del libro como una extensión de la memoria y de la imaginación, al igual que el arado o la espada es la extensión del brazo: “En esa conferencia, Emerson dice que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro, entonces ellos despiertan. Dice que podemos contar con la compañía de los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen”.

En otra parte, debido a que la primera cita proviene directamente de un Borges oral, señala con más precisión: “Creo que Emerson escribió en alguna parte que una biblioteca es una especie de caverna mágica llena de difuntos. Y estos difuntos pueden renacer, pueden ser devueltos a la vida cuando abrimos sus páginas”. Razón tenía el Ama, puede que cualquier momento, lanza en ristre, aparezca el Caballero de la Triste Figura.



Ilustración de Gustave Doré
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