Mientras Don Quijote duerme, agotado de sus aventuras, el Cura pide a la Sobrina las llaves de la biblioteca, que ha vuelto loco al caballero andante. La Ama, quien pasa el hisopo y el agua bendita, propone quemar los más de cien cuerpos de libros, entre grandes y pequeños bajo un argumento: “-Tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encante, en pena de que les queremos dar echándoles del mundo”.
La Sobrina insistía en que no se salvara a ninguno, incluso a los de poesía –que para el Cura y Barbero eran inocentes- porque según su razonamiento podía suceder que su tío sanándose de la enfermedad caballeresca podría convertirse en pastor y vagar por los bosques cantando y tañendo, suponemos un laúd… “y, lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”. Así se lee en el capítulo VI.
Jorge Luis Borges habla del libro como una extensión de la memoria y de la imaginación, al igual que el arado o la espada es la extensión del brazo: “En esa conferencia, Emerson dice que una biblioteca es una especie de gabinete mágico. En ese gabinete están encantados los mejores espíritus de la humanidad, pero esperan nuestra palabra para salir de su mudez. Tenemos que abrir el libro, entonces ellos despiertan. Dice que podemos contar con la compañía de los mejores hombres que la humanidad ha producido, pero que no los buscamos y preferimos leer comentarios, críticas y no vamos a lo que ellos dicen”.
En otra parte, debido a que la primera cita proviene directamente de un Borges oral, señala con más precisión: “Creo que Emerson escribió en alguna parte que una biblioteca es una especie de caverna mágica llena de difuntos. Y estos difuntos pueden renacer, pueden ser devueltos a la vida cuando abrimos sus páginas”. Razón tenía el Ama, puede que cualquier momento, lanza en ristre, aparezca el Caballero de la Triste Figura.
Ilustración de Gustave Doré
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