sábado, 9 de marzo de 2013

El secreto del sapo Kuartam

Las mitologías, como los dioses, se parecen mucho a los pueblos que las construyen. En el mito griego está la historia del minotauro, encerrado en un laberinto ideado por Dédalo, aquel constructor que burló al Olimpo.
 
El mismo que, junto a su hijo Ícaro, se ve obligado a escapar de la furia porque el animal es hijo de la aberración entre Pasífae y el toro de Creta. Debemos a Borges un relato angustioso en La casa del Asterión: “Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera”.
 
Ícaro es el prototipo del héroe joven que, una vez con la magia del poder, parece imparable. En la mitología shuar, debido a que los mitos también son fundacionales, está el relato de Kujánchan, al que el dios Étsa le proporciona alas, con la advertencia de no salir por las noches ni frecuentar mujeres. Al igual que Ícaro, el intempestivo personaje sufre la tragedia. 
 
Entre los mitos de los shuar hay la historia del sapo Kuartam. Hay que volver a Walt Whitman para entender a estos animalillos, como se lee en Hojas de hierba: Creo que una rana es una obra maestra digna, de las más altas. Por lo demás, nuestro país con la mayor biodiversidad del planeta tiene un compromiso con esta especie prodigiosa. Aquí mi versión del mito: 
 
Un shuar iba de cacería e incrédulo imitó el canto del sapo Kuartam, que vive en los árboles. "Kuartam-tan, Kuartam-tan", lo retó en medio de la noche, pero nada pasó. "Kuartam-tan, Kuartam-tan, a ver si me comes", dijo y rió.
No lo hagas, le había dicho su mujer, porque puede transformarse en un tigre. No le creyó. Kuartam, el sapo, se convirtió en felino y lo comió. Nada se escuchó de su ataque, pero la mitad del cuerpo del shuar había desaparecido.
Al alba, la muchacha decidió matar a Kuartam. Llegó hasta el árbol donde el batracio cantó la noche anterior. Tumbó el árbol que al caer mató a Kuartam, que se había convertido en un sapo con un estómago inmenso.
La mujer cortó rápidamente la panza de Kuartam y los pedazos del shuar rodaron por los suelos.
La venganza no le devolvió la vida al shuar, pero su mujer pudo contar que nunca es bueno imitar a Kuartam.
 
A lo lejos de la tupida floresta se escuchó un nuevo: "kuartam-tan, kuartam-tan", sin saber si era un sapo o un shuar a la espera de un tigre. 
 

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