La
literatura es misteriosa. En el siglo tercero antes de Nuestra Era vivió en
China el filósofo de la escuela taoísta Chuang Tzu quien escribió el micro
relato Sueño de la mariposa: “Chuang
Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había
soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era
Tzu”.

Pero
el personaje de La Metamorfosis,
erróneamente titulado, no es una mariposa sino un escarabajo, aunque a nosotros
se nos figura una cucaracha (por cierto, los únicos animales capaces de sobrevivir
a lo impensable).
Augusto
Monterroso, en el libro La oveja negra y
demás fábulas, de 1969, da una vuelta de tuerca para unir los dos relatos
en La cucaracha soñadora escribe:
“Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una
Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía
acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha”.
En
una caricatura de Gerineldo de estos tiempos aparecen dos, digámoslo,
asquerosos insectos blatodeos con antenas. El uno le lee un cuento agarrado con
sus patitas: “Una mañana después de un sueño intranquilo se encontró sobre su
cama convertido en un ser humano”. El otro insecto, que efectivamente está
apoltronado, replica: “¡Qué horror!”.
¿Por
qué no ver en La metamorfosis la puesta en la literatura
de las condiciones mismas de la labor y el destino del “escritor”–como tipo
social- en uno de los momentos álgidos de la civilización industrial y
burocrática? Se pregunta Jordi Llovet en esta era de “capitalismo” y dizque
progreso.
Una
sociedad que, en definitiva, desprecia al poeta. Borges escribió en Ein Traum:
“Lo sabían los tres. / Ella era la compañera de Kafka. / Kafka la había
soñado…” El final es misterioso: “Kafka se dijo: / Ahora que se fueran los dos,
he quedado solo. / Dejaré de soñarme”