El Riviel y el canoero
"El hombre era apuesto. Por las noches, iba en su canoa para buscar parranda. Bailaba tan bien los ritmos de los andareles como, por supuesto, la famosa Caderona al son de la marimba. Era diestro para las décimas y no había quien le gane: “Aquí vengo vida mía / tan sólo es por pretenderte / mi gusto es tan solo verte / corazón de Alejandría”.
Con este verso cautivaba a las muchachas. Si se trataba de duelos de décimas era el mejor: “Un diablo se cayó abajo / y otro diablo lo botó / y otro diablo le contesta / ¿Cómo diablo se cayó?” Una noche regresaba en su canoa después de una algazara. El estuario estaba alborotado. Una ola, que provenía del mar, golpeó la frágil embarcación y el parrandero pereció en medio de un remolino.
A veces, cuando un bullanguero baja por el río, asoma un aparecido montado en una canoa, partida por la mitad (dicen que es el antiguo decimero). Es como ataúd envuelto por el haz de una vela encendida. En la popa va el hombre, confundido en su enorme sombrero.
El fiestero, entonces, debe dirigir inmediatamente su canoa a la orilla porque es el Riviel quien, como si fuera un faro infausto, lo guía hasta un remolino para que desaparezca en las aguas, de esta tierra de prodigios. Los pescadores que acuden a sus faenas no precisan de ningún rezo para ahuyentar al Riviel. Todos saben que el antiguo bailador protege a la gente del mar, para que tengan una buena faena.
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